Unos políticos entienden que la política es el arte de gobernar bien, otros creen que es el arte de engañar y dedican más tiempo a refinar las fórmulas del engaño y de la trampa al elector que en buscar soluciones concretas y eficaces a los problemas que, día tras día, agobian al pueblo. Basta un somero repaso de nuestra historia contemporánea para advertir que la fama de corrupto le fue perjudicial y dañina como la peste comunista a más de un político con pronóstico de tener un carrerón por delante. “La honestidad de pensamiento no es una prenda de virtud”, me confía mi tía Filotea, quien lentamente se recupera de un arrechucho decembrino.
La tía me recordó lo de Norman Gardfield, quien era primer ministro británico cuando en el siglo XIX, se permitió esta confesión pública: “La capacidad de engaño es la primera condición que debe reunir todo sujeto decidido a encaramarse en el poder. Debo reconocerlo, no desempeñaría hoy esta magistratura si no hubiera sido un embustero profesional, capaz de que parecieran sinceras mis promesas proselitistas”. Repudiado por sus propios correligionarios, Gardfield debió renunciar y acabó sus días regentando un pub en Chelsea, solo frecuentado por anarquistas frívolos y señoras sufragistas de vida airada.
Maquiavelo consideraba el arte del engaño como una herramienta eficaz para el arte del gobierno, indicando que el gobernante debe ser astuto como un zorro y fuerte como un león. En este sentido, el florentino indicó con toda claridad lo siguiente: “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno: pero como son perversos, y no lo observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos”.
La visión de Maquiavelo no deja lugar a dudas respecto a su posición como estratega político: “el gobernante tiene no solamente el derecho, sino también el deber de comportarse astutamente con los gobernados, por lo tanto, puede simular, fingir y engañar”. César Borgia, a quien Maquiavelo admiraba, es considerado en la actualidad, un símbolo de oportunismo, engaño, manipulación y traición en aras del objetivo final de la acción política: la incautación del poder político y su consecuente mantenimiento a través de todas las artimañas posibles.
Según Maquiavelo, el gobernante debe poseer la capacidad de aprovechar la ocasión, la fortuna, en cualquier momento que se le presente una oportunidad de afianzar su poder. Por la misma razón, su recomendación es que el príncipe sea un individuo versado en el arte del engaño, dispuesto a comportarse como un histrión en los contextos más diversos. La recomendación más radical de Maquiavelo en ese sentido consiste en afirmar que como gobernante vale más ser temido que amado.
El filósofo florentino aseveró que, una de las estrategias más importantes para el gobernante consiste en utilizar el arte del engaño, pero en no permitir que nadie se atreva a usarlo en su contra. La mentira y la simulación se convierten, de este modo, en herramientas legítimas cuando son usadas por el gobernante, pero en ilegitimas cuando son usadas por los gobernados. Me parece haber visto algo parecido en los lares que colindan con estas calles.
Si pudiéramos sintetizar el pensamiento de Maquiavelo, quizás eso nos permitiría entender cómo el fraude se convierte en un expediente presente en las acciones de algunos personajes a fin de llevar a cabo sus proyectos personales. Ellos necesitan construir discursos virtuosos que validen sus acciones, pues, aunque algunas veces sus objetivos son considerados ignominiosos, tales actos necesitan ser envueltos en ilusiones que truequen la realidad en una fantasía, en un intento de conquistar la aquiescencia colectiva para legitimar su anhelo de prestigio y el alcance de la gloria.
El filósofo indostano Vishwanath Satri en su libelo El karma de la ambición promiscua pronunció este afilado aserto: “El político rapaz, seductor y voluptuoso debe comportarse como un auténtico sexópata de masas y obedecer a su instinto posesivo antes que a la razón casta y pura”. La tragedia de Satri vale apenas como un ejemplo de las vicisitudes padecidas por pensadores que sentaron una ley que aparenta ser inexorable y que es resumida por el sociólogo italiano, Giancarlo Montecortese, de la siguiente forma: “Un aspirante a líder de masas debe recurrir a sórdidas engañifas para cosechar voluntades e incrementar su potencial clientela de adeptos. Lo que constituye un vicio característico del comerciante inescrupuloso, es convertido en un mérito por el político ventajero, ávido de poder”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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