La gira de Juan Guaidó por Colombia, Europa y Norteamérica fue un éxito. La forma sorpresiva y espectacular como salió de Venezuela dejó desconcertado a todo el mundo, empezando por los cuerpos de seguridad del Estado. El hombre tenía prohibición de salida del país, dictada por Maikel Moreno. Su escapada fue un claro mentís al mito acerca del férreo y eficaz espionaje que supuestamente mantienen los rusos y los cubanos sobre los movimientos de la oposición. El líder político más vigilado del país se les escapó a sus cancerberos a plena luz del día. Según declaró después Henri Ramos Allup, Acción Democrática y los otros partidos del G-4 estaban enterados de la operación que pondría a Guaidó en el país neogranadino y le permitiría asistir a la Cumbre Antiterrorista en Bogotá. Los únicos que no estaban informados eran los miembros del G-2 cubano que tutelan al Sebin, a la Dgcim y a los demás organismos responsable de mantener acosados a los dirigentes opositores. Lo más probable es que Guaidó haya abandonado a Venezuela con la complicidad de miembros de esos cuerpos y de alguno que otro militar. Nicolás Maduro, a partir de ese día, debe de sentirse menos confiado.
Por Trino Márquez
La asistencia de Juan Guaidó al foro de Davos, sus encuentros con Boris Johnson, Emmanuelle Macron, Justin Trudeau, la Canciller del gobierno de Pedro Sánchez, Arancha González, y la impresionante concentración en la Puerta del Sol, acompañada de la entrega de las Llaves de la Ciudad de Madrid por el alcalde José Luis Martínez Almeida, lo situaron de nuevo en la cima, y a la oposición la catapultó otra vez en el plano internacional.
2020 despuntó con una oposición que demostró por enésima ocasión que no se rinde. Puede equivocarse, y de hecho lo hace con más frecuencia de lo razonable, pero no claudica. La mayoría no se deja sobornar, ni engullir por el régimen. En contraste, Maduro ha rumiado su furia descalificando la tenacidad del joven líder, quien lo forzó a incurrir en una enorme torpeza al pedirle a Delcy Rodríguez, uno de los rostros más desprestigiados del madurismo, que fuese a Turquía, con una breve paradita en el aeropuerto de Barajas. El disparo le salió por la culata. Mientras Guaidó era enfocado por los reflectores de los principales medios de comunicación del planeta y The Washington Post lo declaraba el hombre momento, Maduro, en una oscura maniobra con Pablo Iglesias, le ordenaba a su vicepresidente violar las sanciones impuestas por la Unión Europea contra algunos de los altos funcionarios del gobierno venezolano, incluida la señora Rodríguez. Gigantesco fallo que puso a José Luis Ábalos, ministro de Transporte español y jefe de organización del Psoe, al borde de la salida del gabinete de Sánchez. La rabia y el reconcomio jamás son buenos consejeros.
Los éxitos en el exterior no sabemos si se traducirán en logros internos. La oposición dentro de Venezuela se encuentra dividida. La labor de zapa del régimen se ha anotado algunos logros. El grupo encabezado por Luis Parra en la Asamblea Nacional ha recibido todo el apoyo del madurismo. Los medios oficiales se volcaron a respaldarlo. El gobierno y esa “oposición oficial” hasta elaboraron un guion según el cual Parra y sus compinches representan la “derecha” dentro del Parlamento, mientras la fracción del Psuv sigue encarnando los intereses de la revolución. Por supuesto, se trata de una “derecha” que dialoga, racional y muy aplicada. Tanto, que de vez en cuando se deja engrasar las manos.
Aparte de esa “oposición” acomodaticia y muy bien recompensada, existen otros sectores. Unos más extremistas, que demandan la intervención extranjera ya; otros más moderados, que insisten en la negociación y el diálogo para buscarle una salida pacífica, preferiblemente electoral, a la crisis nacional. Con la oposición oficial no puede contarse. Hay que descartarla. Fueron cooptados por el régimen. Pasaron a la nómina del Psuv. El reto reside en lidiar con los otros grupos. Establecer puntos de encuentro.
Una de esas zonas de convergencia podría ser la relacionada con las condiciones electorales. En el más reciente estudio de Consultores 21, la prestigiosa firma de estudios de opinión, se señala que si se cambia el CNE y se logra la supervisión internacional, casi 70% de los electores estarían dispuestos a votar en las próximas elecciones parlamentarias y en unos eventuales comicios presidenciales. La inmensa mayoría lo haría por el candidato o los candidatos opositores. En cambio, si persiste el mismo CNE, o se introducen pocas variantes, y no hay vigilancia internacional, sólo votaría 37%; es decir, el chavismo duro y una franja reducida de ni-ni. Los opositores se abstendrían. Dentro de las condiciones adicionales que habría que exigir podría incluirse que no haya presos políticos, ni figuras o partidos opositores inhabilitados.
Aprovechar el enorme impacto positivo de la gira internacional de Guaidó, y la debilidad y aislamiento del régimen, para presionar por un cronograma que incluya las elecciones parlamentarias y las presidenciales, con condiciones que garanticen comicios transparentes, permitiría unificar la oposición. Juan Guaidó podría liderar esa vasta y compleja operación.
@trinomarquezc