La mayoría de los defensores de Capital e Ideología y de El Capital en el Siglo XXI acusan a sus críticos de hacer una descalificación ideológica de ambos textos ignorando los abrumadores datos que aportan. Estos demostrarían un espectacular crecimiento de la desigualdad entre 1979 y 2015. En concreto, un desproporcionado aumento de las rentas reales obtenidas por el 10% de los más ricos frente al resto. El paradigma de esta tendencia serían los Estados Unidos, símbolo del capitalismo explotador. Sin embargo, los principales estudios realizados con posterioridad a los publicados sobre esta materia por Piketty y cía cuestionan de manera frontal esa conclusión. ¿Por qué esa aguda discrepancia?
De entrada, la metodología empleada para medir la evolución real de la renta de las familias y de los individuos es básica. No produce los mismos resultados restringir aquella a los ingresos derivados del trabajo y de las ganancias del capital que incluir otros recursos percibidos por los trabajadores: en el caso de los Estados Unidos, las contribuciones de los empleadores a los seguros sanitarios y a los fondos de pensiones de los trabajadores, o las transferencias en metálico o en especie recibidas por los hogares que, por añadidura, dependen también del número y de las edades de sus miembros. Por tanto, es una simplificación o una visión sesgada de la realidad excluir esas variables de cualquier evaluación seria de la desigualdad del ingreso en una economía.
En su estudio de 2003, Piketty y Saez proclamaron que el 10% más rico había monopolizado la totalidad del crecimiento de la renta en Estados Unidos entre 1979 y 2002. Quince años después (2018), Piketty, Saez y Zucman redujeron al 55% ese porcentaje al incluir todas las fuentes de renta, examinar esta después de impuestos y ajustarla a la inflación, factores omitidos en su anterior trabajo. Otras investigaciones, como las acometidas por el apartidista Congressional Budget Office y por dos economistas expertos en desigualdad, Auten y Splinter, también en 2018, arrojan resultados aún menores: el 10% de los americanos superricos habría recibido el 46% y el 31% respectivamente de la renta generada en América en esas cuatro décadas (Austen G. y Splinter D., “Income Inequality in the United States: Using Tax Data to Measure Long-Term Trends”, Joint Committee of Taxation, 2018).
¿Qué ha pasado con la clase media? Piketty y Saez afirmaban que su renta había descendido un 8% entre 1979 y 2002 en Estados Unidos, pero trabajos ulteriores muestran un aumento del ingreso medio en ese período del 40% después de impuestos y de transferencias gubernamentales, de las aportaciones de los empresarios a los seguros sanitarios de sus trabajadores y de su ajuste al tamaño de las familias y a la inflación. Ante esta evidencia, Piketty, Saez y Zucman se vieron forzados a reconocer que las clases medias experimentaron una ganancia real de poder adquisitivo en el espacio temporal de referencia (Piketty T, Saez E. and Zucman G, “Distributional National Accounts: Methods and Estimates for United States”, Quarterly Journal of Economics 133 (2), 2018).
A la vista de lo expuesto, Piketty y cía exageraron de manera clara las cifras de desigualdad que los llevaron a la fama. Esto proporcionó un fundamento, eso sí falso, a las políticas radicales de redistribución de la renta planteadas por la izquierda en todo el mundo desarrollado. Lo paradójico es que sus posteriores rectificaciones no han modificado en nada los planteamientos ni las propuestas de esos sectores de la opinión, ni siquiera los del propio Piketty, que vuelve a defender en su reciente opúsculo, Capital e Ideología, un catálogo de medidas fiscales mucho más radicales que las sostenidas en el pasado. Esta actitud refleja una evidente intencionalidad ideológica en los planteamientos del ilustre estadístico galo.
Si se da un salto geográfico, la obsesión igualitaria de la izquierda tiene una expresión clara en la pretensión de la denominada coalición progresista (PSOE-UP), que ha expresado en su programa conjunto, Un nuevo acuerdo para España, la voluntad de elevar la fiscalidad, dos puntos para las personas que ganan más de 130.000 euros anuales y cuatro a los que ingresan por encima de los 300.000 euros. Ese colectivo de contribuyentes agrupa a menos 90.000 personas y aporta a las arcas públicas el 20% de la recaudación total por IRPF, de acuerdo con la información de la Agencia Tributaria. Solo este postrero dato bastaría para desmantelar la sabiduría convencional conforme a la cual el IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) español es insuficientemente progresivo. Pero ahí no termina la historia…
Podría aducirse que es justo sangrar con mayor intensidad aun a esos ciudadanos porque los recursos que se les arrebatan serán distribuidos y mejorarán la posición de las personas con rentas inferiores a la suya. Sin embargo, esto es una falacia. Conforme al plan de estabilidad remitido a Bruselas, el Gobierno espera obtener 328 millones de euros de la subida de los tipos marginales sobre las rentas mayores de 130.000 euros. Si esa cantidad se dividiese o, para ser precisos, se repartiese entre el resto de los contribuyentes, representados por la población activa (última EPA), aquellos recibirían la sustancial cantidad de 14,26 euros al año ó 1,18 euros al mes. Si se añadiesen a ellos los pensionistas (últimos datos de Seguridad Social), esa voluminosa transferencia sería de 10,28 euros al año ó 0,86 euros al mes. Esto es, la capacidad redistributiva del alza de la tributación a los “ricos” es ridícula.
A la vista de lo comentado, la estrategia fiscal de la postsocialdemócrata no tiene nada que ver con la redistribución de la renta. Tiene por objetivo solamente castigar a quienes obtienen mayores ingresos procedentes de su trabajo, aunque ello no suponga beneficio alguno para el resto. Se trata, pues, de un ejercicio de pura demagogia destinado a alimentar y satisfacer la envidia igualitaria.
Este artículo fue publicado originalmente en Civismo (España) el 20 de enero de 2020.