El respaldo abrumador obtenido por Juan Guaidó en los Estados Unidos constituye un paso esencial e indudable hacia nuestra victoria y la derrota definitiva de Maduro y del comunismo que representa. Mientras, la soberanía naufraga a la deriva. Es la trágica situación que vivimos. Resolverla es el imperativo categórico de los venezolanos. Las opciones están sobre la mesa: dictadura o democracia. Tertium non datur. La palabra definitiva la tiene ahora Juan Guaidó.
Por Antonio Sánchez García | @sangarccs
Venezuela se ha prestado de campo de experimentación de un nuevo modelo de dominación marxista en América Latina: la cohabitación, incluso el cogobierno. Una forma alternativa al asalto directo del poder propiciado por el marxismo leninismo desde octubre de 1917. Que copia el modelo hitleriano de copamiento de la institucionalidad democrática vigente desde el interior de esas instituciones, tal como lo anunciara Goebbels en 1927, al afirmar: iremos al parlamento y lo someteremos desde dentro, con sus propias armas. Fue lo que el partido nacional socialista presidido por Hitler logró tras su incansable esfuerzo desde su putsch de Múnich de 1923 por conquistar las mayorías y entrar al gobierno de Hindenburg por la puerta ancha de procesos aparentemente impolutos. Poco importaba que el sufragio estuviera ensangrentado por la violencia callejera.
Fue un proceso que alteró los postulados de Lenin, expresados en sus Tesis de Abril, combinando la violencia callejera de sus tropas de asalto – las SS y las SA – con la participación en los procesos electorales tras la cobertura legal de su Partido Obrero Nacional Socialista. Una simbiosis que encontrara en el establecimiento político tradicional los socios necesarios para transitar a la tiranía nazi sin encontrar oposición alguna. Inmediatamente luego de acceder a los altos mandos del gobierno Hindenburg incendiaron el Parlamento alemán – el Reichstag – para inculpar a la izquierda e iniciar un proceso de incriminación, persecución, encarcelamiento y muerte de los sectores democráticos del centro cristiano y la izquierda socialista. En pocos meses, Alemania estaba sumida en la dictadura nazi. Seis años después se había fortalecido política, material y socialmente al grado de haber creado las condiciones infraestructurales y poder echar a andar la maquinaria de guerra con la que invadió Europa Oriental y Occidental desatando la Segunda Guerra Mundial. Las más letal, sangrienta y mortífera conflagración de la historia humana.
El electoral es el truco del zapato en la puerta, que impide el portazo de las fuerzas invasoras y permite empujar hasta abrirla de par en par. Permitiendo el ingreso de las hordas que presionan para asaltar el sistema. Un viejo truco que a pesar de haberse demostrado letal para la paz y seguridad de las naciones, ha encontrado cobijo institucional y permite la convivencia parlamentaria y constitucional de los amigos y los enemigos de la democracia: los primeros, siempre al ataque; los segundos, siempre a la defensiva. Un quid pro quo contrabandeado por los partidos anti sistema, perfectamente encubierto y enmascarado tras del liberalismo burgués. Y que bien podría ser definido como el proceso de transición a la dictadura socialista. Pues los procesos transicionales siempre se ejecutan en la historia en ambas direcciones.
La degradación de la estabilidad institucional constituye una amenaza siempre en acción y pendiente de ejecución en los sistemas democráticos: la inestabilidad constituye parte de su esencia. Lo contrario sucede en los regímenes dictatoriales, en los que se han cerrado todas las puertas del cambio. Los partidos anti sistema sólo actúan en los sistemas abiertos. En los cerrados que representan y buscan imponer – el comunismo vigente en Cuba, por ejemplo – su acción está terminantemente prohibido. Una prohibición que no encuentra reciprocidad. El caso de Chile es emblemático: los partidos marxistas actúan a plena luz del día tras la disolución del sistema de libertades y el asalto al Estado. Se reclaman de la protección de los derechos humanos y civiles para proceder a atacar la institucionalidad vigente por todos los medios, incluso los más violentos. De proceder de dicha forma en Cuba, su “madre patria”, serían encarcelados, torturados y probablemente asesinados sin más trámites. Es la esquizofrenia que lastra a su militancia: para alcanzar el Poder son capaces de los actos más heroicos y suicidas. Una vez en el Poder, despliegan la represión y el sometimiento más absolutos.
Lo novedoso del proceso instaurado en Venezuela dado el práctico empate de las fuerzas en pugna, consiste en la cohabitación de dos formas de gobierno: el gobierno de facto, logrado mediante el fraude electoral y la usurpación de sus verdaderos resultados, que controla al Estado a partir de sus fuerzas armadas y dispone de todos los bienes del Estado venezolano, con los que negocia y compra el respaldo de naciones aliadas – Cuba, Rusia, China, Turquía y otros enclaves del terrorismo islámico, como Hezbolá – y el gobierno interino impuesto por el parlamento y la legalidad constitucional vigente en la figura de Juan Guaidó. Reconocido como gobierno legítimo de Venezuela por las naciones y grandes potencias democráticas del planeta, como los Estados Unidos de Norteamérica y la Comunidad europea de naciones.
Tal duplicidad es absolutamente insostenible en el tiempo: conjuga regímenes y poderes política e ideológicamente antagónicos, que pretenden dominar y ocupar un mismo espacio con fines radicalmente contrapuestos. Maduro para terminar de guillotinar la democracia liberal e imponer una dictadura comunista. Y Guaidó, que pretende su defensa. Es la característica indefinición propia de un “estado de excepción” según la definición de Carl Schmitt: un sistema soberano a la deriva, pendiente de resolver el problema de su soberanía, hoy por hoy irresuelta. Sólo una división territorial, como las ocurridas en Corea, Vietnam y Alemania podría estabilizar temporalmente un equilibrio de suyo imposible. No están dadas las condiciones ni políticas, ni territoriales. Maduro y sus aliados son el zapato en la puerta. Guaidó y los suyos reclaman la apropiación de todo derecho de una democracia que se resiste a rendirse ante el asalto del enemigo.
El respaldo abrumador obtenido por Guaidó en los Estados Unidos constituye un paso esencial e indudable hacia su victoria y la derrota definitiva de Maduro y del comunismo venezolano que representa. Mientras, la soberanía naufraga a la deriva. Es la trágica situación que vivimos. Resolverla es el imperativo categórico de los venezolanos. Las opciones están sobre la mesa: dictadura o democracia. Tertium non datur.