Cierto, corremos siempre el riesgo del referente moral tan propenso a la prefabricación, al espectáculo y a las manipulaciones políticas, pero no menos lo es que la sociedades que sufren una debacle indecible, urgen del testimonio auténtico, espontáneo, comprometido, a contracorriente que sea inspiración, acicate y guía para avisar de un distinto imaginario social. Los hay muy genuinos, discretos y decisivos a la vez, en nuestras relaciones cotidianas o los capaces de aguijonear a la opinión pública, a veces, escandalizándola, al lado de otros artificiosos, afamados y hasta solemnes que, cumplen – voluntariamente, o no – la función política y social del referente devenido inmoral.
Por supuesto, nos contentó muchísimo el Doctorado Honoris Causa concedido a Guillermo Sucre y a Rafael Cadenas, reconocidos como portadores de una rica trayectoria y tradición literaria ahora vapuleada por el régimen, aunque lamentamos que el acto correspondiente lo empeñaran las autoridades de la Simón Bolívar, incapaces de defender la autonomía universitaria. Sin embargo, esperábamos algo más de ambos para transmitir un inequívoco mensaje al país sumergido en las circunstancias de las que nunca sospechó al abrirse el presente siglo.
Concurrieron a la cita académica y pronunciaron palabras encomiables a favor de la libertad y de la propia universidad venezolana, ya en inminente peligro de desaparición, recibidas con el cínico aplauso de los colaboradores de la dictadura, como si no fuese con ellos. De los poetas, al que más conocemos es a Cadenas, cuya obra ha gozado de una mayor difusión de varias décadas, dejando impreso unos versos personalmente inolvidables: “Eres para raptos más vehementes / No para esta entreluz / que seca, agota y cansa”.
Nadie osa restarle méritos a Sucre y a Cadenas, menos, por la conocida militancia política que tuvo el autor de “Derrota”, víctima de viejas persecuciones y exilios, pero no entendemos por qué no postergaron el acto en cuestión, no lo protestaron y rechazaron, consumándolo para beneficio del régimen que encarna a la anti-universidad, prefiriéndose sólo como referentes literarios que esperarán por algún cronista, ensayista o biógrafo que reivindique esas palabras de vacilación de las que igualmente pueden valerse aquellos que atentan contra la supervivencia de la misma República. Bastaba la profunda convicción y el mensaje urgido de una negativa protocolar que impidiese que las palabras se las llevara el viento, como no hace mucho hizo Santiago Pol al rechazar vehementemente el Premio Nacional de Arte.
Hábito tan peligroso como revelador, habrá aquellos que pretenden justificar una relación a título de inventario con el poder establecido, dejando constancia de las ideas que no se traducen en actos dignos de imitar. Despuntando la sociedad de la extorsión, el Estado, o lo que queda de él, administra sus recursos simbólicos y todos felices, aplaudidos y aplaudidores.