Algunos pueblos en la historia -como Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, Lituania, Israel, Estonia y Corea del Sur- tuvieron esa oportunidad, al encontrarse con tierras arrasadas después de eventos devastadores. La determinación de esas naciones y un liderazgo visionario, con autoridad moral y credibilidad, logró ponerlas de pie y convertirlas en genuinos milagros. Esto enfrentamos hoy los venezolanos: el chavismo ha dejado una tierra arrasada y nosotros tenemos la oportunidad, y la responsabilidad histórica, de convertirla en la Tierra de Gracia. De ese tamaño es el desafío.
Paradójicamente, la devastación total que ha hecho este régimen criminal en las últimas dos décadas, que ha destruido miles de vidas, acabado con nuestra infraestructura, con las instituciones, desgarrado la familia y los códigos morales, nos permite, una vez desalojadas estas fuerzas criminales del poder, construir con pilares republicanos y éticos muy sólidos, las bases de la Nación que anhelamos. Porque, precisamente esa destrucción de las instituciones anteriores, también reduce las resistencias y los costos de fricción, de quienes se opondrían a perder privilegios y cuotas de poder adquiridas durante décadas.
Esto exige una genuina ruptura histórica con prácticas como el estatismo, centralismo, populismo, clientelismo, militarismo y el socialismo que dieron pie a la llegada del chavismo y que este sistema ha hipertrofiado.
Tendremos que crear instituciones de cero, instituciones inclusivas que estimulen los valores que compartimos la mayoría de los venezolanos, lo cual representa retomar nuestra tradición histórica original, expresada por nuestros padres fundadores: libertad, igualdad, seguridad y propiedad. Es decir, la República Liberal Democrática. Serán instituciones que estimulen el trabajo, el esfuerzo, el mérito, la excelencia, la cooperación, la solidaridad, la responsabilidad y la justicia, en un marco de libertades individuales plenas.
Todo parte, lógicamente, de replantear el rol del estado, el rol del individuo y su relación. En Venezuela solo hemos conocido un Estado fuerte, rico, que ordena, que impone, que distribuye y, por lo tanto, que somete al ciudadano. Un Estado que ha estigmatizado al emprendedor y denigrado la riqueza.
Por lo tanto, para lograr esta transformación de esa relación Estado – Ciudadano, para que ahora el ciudadano sea el rico con un Estado a su servicio, hay que llegar al poder para limitar el poder del Estado y transferírselo a los ciudadanos.
Para lograr superar la dependencia y la pobreza, promovidas desde el propio Estado para preservar su poder, es indispensable abrir y dinamizar los mercados y lograr que operen con transparencia y libertad en la producción de los bienes y servicios de todos los sectores. Esto implica entender que el Estado tiene que reducir su ámbito de acción y ser un facilitador y no un proveedor, es decir, el Estado debe asegurarse que los bienes públicos estén disponibles para toda la sociedad, pero que solo debe proveerlos directamente, cuando el mercado no pueda hacerlo. Para ello hay que abrir y promover la participación y la competencia del sector privado en sectores como la educación, la salud, las pensiones, la justicia e incluso la seguridad; subvencionando la demanda y no la oferta. Esto promueve la competencia y genera mejores salarios, calidad del servicio y resultados.
Nada promueve la solidaridad cooperativa como el mercado. Es una cadena cooperativa que desarrolla y potencia a los individuos -material, intelectual y emocionalmente- y con ello, crece la sociedad. Por el contrario, los planes estatizadores reducen toda cooperación social. Esto ya lo sufrimos y comprendimos los venezolanos.
Nunca en nuestra historia hemos tenido una oportunidad de esta magnitud para transformar la Nación e irradiar esta fuerza creadora a toda la región. Yo tengo confianza. Sé que lo llevaremos a cabo con responsabilidad, tenacidad e integridad.