El espejismo de los bodegones y la circulación de dólares, estimada esta última en más de la mitad de las transacciones comerciales actuales, ha sembrado en la mente de algunos opinadores el anticipo de una ruta China de la economía por parte de la dictadura. Prematuro pronóstico a partir de una circunstancia esencialmente casual, que aflora en una economía regida por el patrón de “como vaya viniendo vamos viendo” siempre que sirva al interés de preservar el poder poltíco. El fenómeno actual no es más que el de un enclave de aparente bonanza de una minoría, en el marco de la mayor desigualdad social de todo el hemisferio.
Recordemos que el modelo económico de China no es nada casual. Comienza con la iniciativa de Deng Tsiao Pin en 1978, para rescatar a China de la miseria -de un ingreso per cápita de US$40 anuales- mediante un proceso altamente disciplinado de profesionalización de la economia de mercado, orientado a la competitividad exportadora como fuente de riqueza. Con los mejores cerebros del país, bajo la direccion férrea del partido Comunista Chino, pero conducente a la transferencia de tecnología y la atracción de inversiones de las primeras economías capitalistas del planeta.
Nada que ver con esta burbuja que hoy algunos sobrevaloran, nutrida de la extracción salvaje de minerales, la circulación de excedentes acumulados durante 16 años de tráfico de divisas, y remesas de emigrados. Menos aun con los mediocres cerebros civiles y militares de una economía endogenizante, arropada en lemas de manido patriotismo. Ni hablar de su incompetencia manifiesta para administrar la riqueza del país, que ha sembrado de devastación la producción nacional y todos los servicios públicos.
Si algún rasgo común de esta gente con el régimen chino podemos admitir, sería el autoritarismo, en muchos casos criminal, como el exhibido recientemente en el ocultamiento, por interés económico, de la pandémica amenaza del Coronavirus…