Desde entonces la “Tonada de luna llena” comparte junto a “Caballo viejo” y un selecto par adicional, el sitial de las canciones más interpretadas de Simón Díaz en el mundo. Es casi inequívoca. Son pocos los cantantes venezolanos que se resisten a incluirla en sus repertorios. Es curioso. Es una creación casi sin música instrumental, o concertada. Es una canción silente, hecha frente a la inmensidad. Si cada palabra dice más de lo que dice, estas suenan más de lo que suenan. Se puede recitar, se puede cantar, se puede leer.
Por Juan Luis Landaeta – Prodavinci
En el silencio de Simón Díaz y sus canciones está el llano y su final confusión con el horizonte. Si en Suiza se hacía el orolei ji-jú, que se ve en películas, con el fin de jugar con el eco de las paredes de las montañas, en el llano la tonada se extiende como el avance de un sol durante el día. Es allí donde las notas corren. Nadie describió este fenómeno como Simón Díaz. Nadie lo supo cantar como él. El espacio condicionó su canto y su canto condicionó la lectura que le damos a nuestro paisaje. El país de las grandes ciudades descubrió su entraña, su carácter propio a través de sus canciones.
Es la historia de un artista que convenció a un país entero de que la maravilla estaba en su alrededor más próximo. Para maravillarse no había que ir más allá de la cordillera de los Andes, o el delta del Orinoco. Del amor a lo que somos e invariablemente seremos.
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