La verdadera exigencia por hacerle hoy a la política es que actúe para favorecer cambios que pongan fin a lo que se califica como el peor momento histórico del país.
La respuesta, en prevalencia de oleadas destructivas, supone un liderazgo que sea mejor a los que tuvimos en el pasado. Hay que verificar si se tiene el equipo completo y en caso contrario, encontrar los prospectos.
La tarea de liderar el país – y no solo una plataforma de partidos – hacia su reconstrucción integral, va más allá de las posibilidades de un dirigente carismático. Esa no es la divisoria.
Es un contrasentido democrático comprimir las motivaciones de cambio a defender un líder único, al estilo del que nos condujo a este infierno bajo la ilusión de abrirnos las puertas del paraíso. ¿Tropezaremos con la misma piedra o los años trágicos bastarán para visualizar los vínculos entre cambio y nueva calidad de la democracia?
Es un desacierto esperar a estar en Miraflores para esparcir cabalmente valores y reglas que configuren el mayor número de focos democráticos en el extenso espacio social.
Nuestro renacimiento cívico puede provenir de la preparación de una elección. Ello implica descartar manipulaciones con aventuras golpista o la inaceptable amenaza de una intervención militar foránea. Poner la decisión en manos de los ciudadanos excluye subterfugios retóricos y posiciones que incrusten la idea de la banalidad del voto.
Unidos y operando desde varios centros podemos alcanzar el mayor número de condiciones posibles para realizar elecciones libres y justas, mediante la negociación, la movilización interna con sentido y no sólo para mostrar fuerza, junto a la debida y eficaz presión de la comunidad internacional.
Las soluciones posibles, no siempre óptimas, requieren concertación entre dos actores, el que ejerce y se propone conservar el poder interno y el que aspira a un cambio de modelo económico y político. Esa pugna puede canalizarse hacia una propuesta de gobierno plural, expresión del conjunto de fuerzas e instituciones necesarias para hacer sostenible el complicado camino para reconstruir la economía, la democracia y el bienestar en términos de progreso humano. Transición pacífica, en alguna medida, es cohabitación.
La calle ciega de la abstención no tiene después constitucional. Un ejecutivo y un legislativo en el exilio es una prolongación del poder dual difícil de sostener democráticamente.
Necesitamos elecciones presidenciales y parlamentarias. La disyuntiva es si debe seguirse un orden de prelación entre ambas o si lo real y posible es acordar un plazo, no mayor a un año entre una y otra. Lo que interesa es concebir la elección como un medio para destrancar la obstrucción a la democracia y asegurar una victoria contundente capaz de liberar suficientes energías para que la victoria en una haga inevitable ganar la otra.
Para potenciar internamente el liderazgo simbolizado en Guaidó y ampliar una efectiva dirección colectiva resultaría útil articular una coalición alternativa en torno a un gran acuerdo nacional para reconstruir el país en convivencia. Las posibilidades de cambio real huyen ante los vetos, las descalificaciones o el discurso de exterminio del competidor y el rival político. Son pasos que asfixian la democracia, en vez de ayudarla a respirar.
Las ventajas pírricas son inconvenientes para acelerar el paso a un nuevo escenario. Los acuerdos, como elegir por consenso un nuevo CNE, son puentes al futuro posible y al cambio real.