El régimen y algunos de sus colaboracionistas insisten a cada rato en denunciar que Estados Unidos prepara una inminente invasión al país.
También existen opositores que la anuncian como si fueran ellos quienes pueden decidirla, y hasta le reclaman a Guaidó que no lo ha solicitado. Por lo visto, creen que eso es algo igual a pedir una pizza a domicilio.
Una intervención armada de Estados Unidos pareciera algo improbable ahora. Este 2020 es un año electoral y una acción de esa naturaleza sería un riesgo muy costoso para el presidente Trump, así parezca que tiene su reelección en el bolsillo. Además, tratándose de la primera potencia militar del mundo, Estados Unidos diferencia una invasión armada de una intervención militar. La primera supondría entrar a un país con sus fuerzas de infantería, apoyadas por la aviación y la marina, además de sus satélites y sofisticados medios de información. Una segunda podría ser una operación selectiva, destinada a atacar blancos y objetivos muy precisos para liquidarlos o extraerlos, sin que un solo soldado suyo pise el territorio de que se trate.
En cualquier caso, esa es una decisión exclusiva del gobierno de Estados Unidos, previa aprobación del Congreso. En esa materia más nadie puede decidir y sólo sería puesta en marcha si ellos la consideran vital para su seguridad, en caso de que la misma sea vulnerada. Aquí se aplica aquello de que “los mirones son de palo”. Ni más ni menos. Además, y como resulta lógico, no van a venir a matar o dejarse matar, mientras unos cuantos venezolanos se calan resignadamente la narcodictadura que los oprime y otros desde el exterior solicitan la intervención armada a través de las redes, con tanta irresponsabilidad como ingenuidad.
La única verdad es que ya Venezuela está invadida. Nuestro país está abierta y criminalmente intervenido por gobiernos extranjeros que manejan el poder de aquí como si estuvieran en sus propios países. Algunos constituyen un verdadero ejército de ocupación, como los cubanos, actuando como gerifaltes en las Fanb. Otros, en menor grado pero no por ello con menor influencia, son asesores militares, como esos cientos de rusos que ya han sido denunciados. Y todo ello, sin que no falten los camaradas de la guerrilla colombiana, que hoy gobiernan extensas porciones del sur del país, los terroristas musulmanes de Hezbolá y los depredadores chinos e iraníes que saquean diversos y valiosos minerales, propiedad de los venezolanos.
Así, el régimen ha terminado siendo una colonia de todos esos gobiernos extranjeros, traición de lesa patria iniciada por Chávez cuando entregó la soberanía y los recursos del país a la dictadura cubana, embelesado por Fidel Castro. Su sucesor ha empeorado la dependencia neocolonialista e imperialista de su jefe. Y sin embargo, tiene el tupé de acusar a sus adversarios de ser seguidores del imperio gringo.
Por cierto, qué tragicómico papel el de algunos supuestos opositores que también acusan a Guaidó y a la oposición mayoritaria de promover una invasión militar de Estados Unidos. Lo dicen sin dedicar una sóla palabra a la verdadera intervención extranjera que sufrimos –esta sí, real y auténtica– por parte de Cuba, Rusia, China, Irán, el terrorismo musulmán y la narcoguerrillera colombiana. Hasta leí por allí a uno de ellos advirtiendo que luchará “hasta morir” si los gringos invaden. ¡Pero calla cobardemente ante los verdaderos imperialistas que hoy mancillan nuestra patria!
Lo que debe estar claro es que Guaidó y la oposición mayoritaria, aparte de sus acciones internas, vienen adelantando una exitosa operación de apoyo internacional, cosa por todos conocida. Simplemente agregaría que la misma no significa pedir una intervención armada, sino una ofensiva diplomática y humanitaria, a fin de presionar por todos los medios para que lograr una salida que ponga fin a la dictadura madurista y sus crímenes de lesa humanidad, entre ellos, constante violación de los derechos humanos, asesinatos de opositores, creciente número de presos políticos incomunicados, torturas y vejaciones, así como la persecución judicial contra líderes de la disidencia.
Hoy día ningún gobernante puede hacer lo que quiera en su país, sin incurrir en violaciones a la Declaración de los Derechos Humanos, los Tratados Internacionales y el Derecho de Gentes. Hoy día los mandatarios tienen límites en el ejercicio de sus gobiernos, y ningún país puede permanecer indiferente a la suerte de otros en donde, por ejemplo, se conculquen los derechos humanos, se cometan crímenes de lesa humanidad o se desconozcan los principios democráticos.
La soberanía, pues, no existe en los términos concebidos por las dictaduras y los gobiernos que aspiran a convertirse en estas. Y es lógico que así sea: no puede utilizarse la soberanía para excusar los crímenes y delitos de los gobiernos genocidas, forajidos, terroristas, narcotraficantes y antihumanitarios. Frente a estos últimos, la comunidad internacional tiene perfecto derecho a intervenir, bien por las vías diplomáticas, jurídicas y económicas o, incluso, por las vías de hecho, es decir, militarmente.
Ningún gobernante puede pretender, a estas alturas de la historia, convertir a su país en un coto cerrado para atentar contra su pueblo o contra los demás, para violar los derechos humanos o para poner en peligro la paz y el orden internacional.