El tema de las fronteras tiene una vigencia global renovada. Por ello no es sorprendente que la Universidad de Oxford, en uno de sus prestigiosos colegios, tenga un programa sobre el Carácter Cambiante de la Guerra, que dirige esta Profesora que ahora comparte su esfuerzo académico con colegas en la Universidad de Harvard.
Colombia tiene el privilegio de que se haya realizado una investigación de esta envergadura. Y, más importante aún, que la profesora Idler continúe su esfuerzo en virtud de programas generosamente financiados por Canadá, Gran Bretaña e instituciones filantrópicas.
He tenido el privilegio de participar en cuatro seminarios, en los cuales se examinan nuevas situaciones que cuentan con la presencia de académicos, representantes de organismos internacionales, el Gobierno colombiano, fundaciones, funcionarios del Gobierno Nacional, miembros de la Fuerza Pública y, claro está, académicos de la Universidad de Oxford, la Universidad de Yale y, sobra decirlo, directivos y funcionarios de diferentes agencias de las Naciones Unidas. Siempre son muy reveladores los informes de personeros, educadores o académicos cercanos a estas zonas fronterizas.
Es hora de que tanto el Gobierno Nacional como los organismos internacionales, la sociedad civil y la academia, propicien un mecanismo interinstitucional que aproveche no solamente esta investigación que se fue realizando en un período durante el cual la crisis humanitaria y el consecuente agravamiento de otros factores no habían alcanzado la descomunal dimensión que hoy realmente nos apabulla. Y, paradójicamente, al mismo tiempo que mecanismos institucionales que habían probado eficacia, han venido desapareciendo o debilitándose, la verdad sea dicha, a partir de hace diez años. Algunos conceptos permitirían apreciar la dimensión de esta crisis . No solamente el divorcio entre el centro y la periferia en la que se desenvuelve la vida de las fronteras, que se traduce, como dice uno de los informes de divulgación de esta investigación, en la “presencia deficiente del Gobierno y un concepto favorable para la impunidad”. Así se favorece el fortalecimiento y proliferación de estructuras violentas no estatales.
La interacción entre estos grupos violentos ofrece varias formas: enemistad, rivalidad y amistad. O sea, una realidad tremendamente compleja. Hay una reconfiguración permanente del comportamiento de estos grupos armados y de sus relaciones con la sociedad. Existe una especie de contrato social entre estas organizaciones violentas no estatales y la ciudadanía, como único mecanismo de supervivencia.
Como dice uno de los informes “provee seguridad ciudadana en la sombra. La línea borrosa entre respeto y temor por parte de los ciudadanos hacia los sectores armados se manifiesta en impactos psicológicos y la naturalización y legitimación de imposiciones violentas de poder”. La creciente inmigración hace que esta crisis adquiera características de tragedia humanitaria como jamás lo habríamos podido imaginar. Los últimos datos estadísticos hablan de más de 1’700.000 inmigrantes, 432.000 de ellos en Bogotá. Aparte de la figura del desplazamiento que ha sido tan brutal en Colombia, ahora se añade la del confinamiento. Y así, etc., etc.
Publicado originalmente en El País (Colombia) el 28 de febrero de 2020