Es de suyo ofensivo plantear como una especie de cruzada nacional el hecho de que las mujeres del país se dediquen a parir en cantidades tales que la posibilidad de ser madre se les convierta en el máximo objetivo de sus vidas, por no decir el único. La ofensa se desprende del carácter ahistórico y cínico que subyace en dicho mandato al contextualizarlo en los tiempos que corren en lo general y de las espantosas vicisitudes que atraviesa la sociedad venezolana en lo particular.
Lo ahistórico de tal “orden” tiene que ver con que en sí misma va a contracorriente de la época alcanzada por el desarrollo de la humanidad en buena parte del planeta, donde la maternidad se enmarca en el proceso de desarrollo personal de cada mujer, razón por la cual tal realización no constituye la única y suprema meta a alcanzar y la decisión en torno a la cantidad de hijos a traer al mundo no depende de circunstancias otrora dominantes como el azar biológico. Muy por el contrario, hoy en día el hecho de convertirse en madre, el momento en que ello ocurre y la cantidad en que tal bendición llegará a concretarse responde a decisiones sopesadas en función de las posibilidades, aspiraciones y necesidades de crecimiento y progreso individual asumidas por cada mujer con base en el nivel educativo alcanzado. Mandar a parir repetidamente como si ello fuera la gran estrategia de desarrollo nacional, en especial cuando tal mandato proviene de la retardataria supremacía masculina, es creer que la mujer no tiene derecho alguno a decidir sobre su cuerpo y circunstancia personal. Queda claro que no se ha entendido por dónde va el mundo.
Lo cínico del asunto descansa en la incontrovertida verdad de que se le está ordenando a la mujer venezolana traer hijos al mundo en una sociedad donde las carencias materiales de todo tipo son espantosas y donde buena parte de su población ha perdido la fe en el futuro y por ello se lanza a cruzar las fronteras incrementando sin parar las dolorosas cifras de la diáspora nacional regada por los confines del planeta. Ofende la inteligencia de las mujeres que lo escuchan el que los responsables de montar un modelo económico que deliberadamente ha generado índices de pobreza masiva les pidan que se reproduzcan sin ton ni son para que sus hijos crezcan en un país sin garantía alguna de que puedan satisfacer sus necesidades más elementales de alimentación, salud, educación, vivienda, etc. Se observa que les importa muy poco el sufrimiento cotidiano de las mujeres de la patria y de sus hijos y parecieran no experimentar prurito alguno en evidenciarlo.
Pero el asunto planteado con el mandato a parir en esas condiciones va mucho más allá de lo obvio, de lo aparente, y esconde lo peor de una manera perversa de concebir al ser humano. Para la mentalidad totalitaria la persona como individualidad con derechos y libertades no existe, es una nulidad absoluta sometida a los designios del Estado en función de lo que éste considere el bien supremo a alcanzar; léase, aquello considerado justo y bueno por la soberbia y despótica élite en la cual se encarna dicho Estado. En el pensamiento totalitario el hombre en su especificidad y particularidad existencial maravillosa no cuenta y es sólo una cifra, un objeto sobre el cual se actúa en aras de activar el proceso de transformación de la sociedad dirigido a materializar el contenido de ideologías cuya brutalidad descansa, precisamente, en el hecho de que dan por sentado que el ser humano no debe tener potestad alguna de decidir en torno a lo que represente opción válida que se convierta en su esencia de vida. Por esto se le impone un transitar. Por esto, desde el Estado se imponen objetivos en los cuales poco importa la decisión de la gente al respecto: parir una determinada cantidad de hijos, por ejemplo.
Mala suya lo dicho, precisamente tan cerca de la celebración del Día Internacional de la Mujer.
@luisbutto3