Quisiera referirme con el título de este artículo a un análisis deportivo, de como por ejemplo si la camiseta 10 de nuestra Vinotinto la merece o no tal o cual jugador; sin embargo, siguiendo en nuestra obligada y urgente cotidianeidad, toca evaluar desde varias perspectivas lo ocurrido ayer 10 de marzo de este 2020, sobre todo cuando desde esta tribuna nos sumamos de forma clara e inequívoca a la convocatoria del presidente Guaidó a la jornada de calle que se desarrolló ayer 10 de marzo a lo largo y ancho del país. Por ello, nos referiremos en debido orden a los diversos actores que de una u otra forma hicieron parte del elenco de tal movilización, esto es, al pueblo, al presidente, a los diputados, al equipo y al desgobierno.
Comenzamos entonces con el pueblo, el verdadero protagonista, el más importante, el que nuevamente, con nobleza, determinación y esperanza, se calzó sus golpeados zapatos de calle para salir a caminar sobre el nada benévolo asfalto. El pueblo, el de a pie, el que desafió el cierre de estaciones de metro, los saboteos de transporte y que se sumó a la convocatoria con la esperanza de poder dar al traste finalmente con las dos décadas de oscuridad que han ensombrecido a Venezuela. Ese pueblo que no deja de confiar en quien ofrece con la legitimidad que le brinda nuestra Constitución, la posibilidad de llevarnos al puerto seguro desde donde esperamos finalmente partir para navegar en ese Siglo 21, donde más bien nos toca correr pues llevamos 20 años de retraso. A ese pueblo expuesto con valentía y arrojo a la evidente amenaza de represión desmedida que exhibió sin pudor ni rubor alguno el desgobierno, vaya para ellos un merecido Gloria al Bravo Pueblo.
Y seguimos con el presidente, el de La Guaira, el que no solo está donde está porque le tocó el turno al bate, como tal vez pudo haberse concluido en 2019, sino porque ha demostrado ya con creces esa combinación de coraje, audacia y buen juicio que le hicieron merecedor de una nueva oportunidad en este 2020 para guiar el final de esta larga ruta, que aún con sus aciertos y errores, es un camino que no comenzó el año pasado, sino que más bien se inició desde el mismo día que el insepulto saltó al protagonismo de la película. Así las cosas, ayer 10 de marzo, Guaidó hizo lo que tocaba hacer, que no era otra cosa que motivar e impulsar a la ciudadanía a ese proceso de comprensión de que la única forma de superar al desgobierno es unidos, remando todos sincronizados en una misma dirección. Y no hago referencia con ello a la unidad de las cúpulas sino a la unidad ciudadana, la de todos los que adversamos este despropósito que mantiene secuestrada a la voluntad del pueblo y a todos los que deseamos trascender a ese accidente histórico que ha significado el chavismo y su secuela madurista. Bravo entonces por Guaidó, por hacer lo que le toca hacer, que entre otras cosas es promover, empoderar, convocar y convencernos cual Apóstol, de que ciertamente tenemos el poder para alcanzar el cambio político.
Y pasamos así a los diputados que están en la acera que es, en la de sus electores, quienes algunas veces de forma inmerecida han sido juzgados en negativo por la implacable opinión pública. A ellos, mis respetos y nuestro fervoroso apoyo en la reivindicación de su oficio en el que los comprometidos con la causa democrática son mayoría, frente a los bandidos que vendieron su alma al diablo. A nuestros diputados, gracias por poner el pecho como lo hicieron el 10, pues allí los vimos, en primera fila, desafiando el peso de la bota y las bayonetas.
Aterrizo inevitablemente entonces en una de esas antipáticas y evitables manchas que constantemente vienen apreciándose en estas importantes jornadas de calle, y es la ausencia casi absoluta de comunicación de la organización con los convocados y asistentes, que es a fin de cuentas a quienes se deben los organizadores y a quienes deben por sobre todo respetar. Es así, como en esta compleja dinámica, hay como en todas, un equipo que despliega un esfuerzo de producción y organización descomunal, que, de hecho, en democracia el único problema que se afrontaría es el de disponibilidad presupuestaria para definir donde se instalaría el sonido y la tarima más imponente. Sin embargo, las circunstancias reales derivadas de la represión que se ha traducido en la retención de decenas de equipos de sonido y hasta de sus operarios, se ha convertido en la excusa para que nos mantengamos incomunicados durante estas convocatorias. Así las cosas, si sabemos que el desgobierno limita la instalación de equipos, reprimiendo, acosando, confiscando y en algunos casos hasta apresando a los proveedores de servicios y equipos. Si conocemos que las redes suelen colapsar y las celdas celulares no dan abasto cuando se trata de comunicarse o buscar información en cualquier red o servicio de mensajería. Si lo sabemos, por qué insistimos en lo mismo, una y otra vez, manteniendo a oscuras y sin información a quienes asisten de buena fe y en algunos casos dispuestos a todo en esas movilizaciones. El que haya estado en algún lugar que no sea la tarima, sabe de que hablo, pues me refiero a ese sentimiento de desorientación que nos invade al no saber qué está pasando. Por ello, aun sabiendo que hay grandes planes y una estrategia, tengamos siempre presente que al ciudadano hay que respetarlo… Y hacerlo es fácil, pues solo basta comunicación.
Finalizo estas líneas refiriéndome al auténtico responsable de que estemos enfrascados en una lucha por rescatar valores elementales, que no es otro que el desgobierno, que como siempre, muestra su absoluta disposición de aferrarse al poder a cualquier costo. Y es que el despliegue represivo que observamos el 10 no fue poca cosa, pues mucho más allá de antimotines, el hecho de observar equipo militar en el centro de Caracas, evidencian no solo el sentimiento que les invade, sino también el profundo temor que tienen a la fuerza de la gente, esa misma gente a la que engañaron y estafaron en sus esperanzas y que más temprano que tarde les pasará su facturita.
(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana -CPFC-
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