El espacio Schengen todavía no ha cerrado oficialmente las fronteras de los 26 países que lo conforman debido a la crisis del coronavirus, pero algunos aeropuertos ya ofrecen una imagen muy diferente a la de plena operatividad que podía apreciarse la semana anterior.
En el aeropuerto de Valencia, origen de este “vuelo fantasma”, dos guardias de seguridad solo permiten la entrada a aquellas personas que cuentan con un billete válido, lo que obliga a los acompañantes a despedirse de sus seres queridos antes de lo previsto, sin tener muy claro cuando podrán volver a verlos.
En los paneles de información, los únicos vuelos cancelados son aquellos que se dirigen al País Vasco y a Rusia, aunque el interior de la terminal parezca indicar lo contrario.
Las habituales kilométricas colas del control de seguridad se han reducido a unas quince personas, la mayoría con guantes de látex y mascarilla, que esperan su turno pacientemente con un metro y medio de distancia entre ellos.
Solo dos de los escáneres de equipaje están operativos y los trabajadores llaman la atención a aquellos que se apelotonan contra los que les preceden en el intento de superar el control lo antes posible.
Una vez superada la barrera de seguridad, el número de personas que esperan en las puertas de embarque o sentadas en los bancos también puede contarse con facilidad.
La mayoría no son españoles, y así lo constatan las acaloradas conversaciones que mantienen por sus teléfonos móviles, al otro lado de los cuales atienden, seguramente, familiares preocupados.
La imagen es más impactante dentro del avión, en el que las azafatas dan la bienvenida a los viajeros con el “kit” de seguridad: mascarillas y guantes.
La tripulación pide a los viajeros que, “aprovechando el gran número de cancelaciones y de personas que han preferido no viajar”, se sienten dejando un asiento libre entre ellos.
Hay tan poca gente que las filas traseras quedan vacías, y la tripulación procede a recolocar en ellas a algunas personas.
Dos horas y media después el aparato aterriza en Bruselas, aunque parece que haya pasado mucho más tiempo.
Las tiendas, bares y restaurantes están cerrados, así como los baños públicos, y los paneles de información muestran un número de cancelaciones muy superior a las de Valencia: Berlín, Viena, Barcelona, Estambul, Valencia, Copenague, Praga, Londres, Estocolmo, Casablanca, es más rápido contar los vuelos que sí saldrán hoy del aeropuerto de Bruselas-Zaventem.
Bajo las pantallas se agolpan viajeros que buscan si han sido agraciados y podrán volar a sus respectivos destinos antes de un cierre de fronteras conjunto que las instituciones comunitarias no acaban de apoyar, pero cuya aplicación planea desde hace días sobre la Unión Europea.
Pero ya se sabe que en este siglo algo no existe si no está fotografiado o grabado, por lo que jóvenes y no tan jóvenes recogen en sus teléfonos móviles la escena, testimoniando que ellos estuvieron allí el día que el aeropuerto de la capital europea se parecía, más bien, al aeropuerto fantasma de Castellón. EFE