La crisis sanitaria producto de la incidencia del Coronavirus existe. Es innegable. Ahora bien, aunque las medidas que se están tomando puedan tener una justificación técnica, no deja de sorprender lo oportuno que resulta para quienes detentan el poder el que se cuente con una coartada para suspender toda protesta y se otorguen atribuciones casi absolutas a Nicolás Maduro. No solo eso, la insistencia en la línea comunicacional exigiendo “coordinación” al gobierno de Colombia constituye un intento por forzar su reconocimiento como gobierno antes que una preocupación sincera por el bienestar de la población. Estamos observando un capítulo ejemplarizante de lo que significa biopolítica. Casi no se percata la población que ese mismo “gobierno” preocupado por la “coordinación” no pública periódicamente el boletín epidemiológico, paga salarios de hambre a médicos y enfermeras y bloquea el ingreso de ayuda humanitaria.
El proceder del régimen militar, que usurpa funciones ejecutivas por la fuerza de las armas, está mostrando un interés más que obvio en legitimarse apelando al pánico, al miedo y la histeria colectiva provocada por la pandemia. El consentimiento para gobernar que les es esquivo electoralmente, lo buscan obligando a usar tapabocas a toda la población cuando las sugerencias de la OMS solo lo estiman conveniente para quienes tienen los síntomas y los prestadores de servicios sanitarios, pero lo peor, y eso es lo más preocupante, la declaratoria de alarma puede activar los mecanismos profundos de nuestro cerebro reptil que nos hace susceptibles a pedir y anhelar un Leviatán (una mano y un hombre fuerte) mientras más miedo sentimos. En esa reacción natural cifra sus esperanzas de continuismo y normalización la dictadura.
Vemos entonces el surgimiento de voces que piden “una tregua entre oposición y gobierno”, “cesar las diferencias ideológicas para pensar en el país”. El obvio interés es bajar la Santamaría de la democracia, apelando al miedo y la necesidad de autoridad, sirviendo ese tinglado para imponer y aceptar una autoridad ilegítima e ilegalmente constituida. Traducción: darle todo el poder al secuestrador por el “bienestar” de la víctima.
Mientras más miedo y pánico cunda, mejor podrá actuar la dictadura. Una situación descontrolada, un saqueo o una revuelta en algún punto del país podría ser usado como justificativo para eliminar sin protesta derechos considerados esenciales en nuestro ordenamiento jurídico. Aún más fácil teniendo la carta de la ilegal Asamblea Nacional Constituyente a la mano.
Más que describir este temible escenario, solo podemos actuar en contra la biopolítica siendo conscientes de sus mecanismos. El Estado está asumiendo un control extremo sobre la vida de los ciudadanos y esto podría aceptarse, racionalizarse y permitirse por miedo a un virus. En el futuro previsible, en que cada vez más personas viven en ciudades expuestas a la circulación de agentes patógenos, tener este funesto precedente autoritario deja entrever las tinieblas en las que se intentará sumergir las aspiraciones de libertad y democracia de los pueblos.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica