En un pequeño taller de costura Stalina Svieykowsky y Nelson Jiménez preparan la entrega de 60 tapabocas en medio de la cuarentena nacional ordenada por el presidente venezolano Nicolás Maduro para intentar frenar la expansión del coronavirus.
El uso de mascarillas se ha hecho obligatorio en el país petrolero para detener la propagación del virus en la nación que vive su tercer año de hiperinflación, con un sistema precario de salud y fallas constante en los servicios básicos como agua y electricidad.
Desde hace más de 20 años, Svieykowsky, una mujer de 39 años, se ha dedicado a la confección y costura de disfraces, chaquetas y uniformes escolares. Ahora con su compañero Jiménez, de 44, iniciaron el diseño y confección de mascarillas en su casa en San Antonio de Los Altos, una ciudad a 40 minutos de la capital venezolana.
La razón principal de este nuevo proyecto, que también llevan decenas de pequeños negocios, es sacar provecho de un negocio en un país donde el costo promedio de un tapabocas en farmacias oscila desde 100.000 a 420.000 bolívares, o el equivalente a entre 1,3 a 5,6 dólares.
Además no hay suficientes tapabocas para la demanda local de la nación OPEP, donde el salario mínimo mensual, que incluye un bono de alimentación, es de 450.000 bolívares o unos seis dólares.
Las que elaboran Svieykowsky y Jiménez cuestan 30.000 bolívares o menos de un dólar y las comercializan a través de redes sociales, práctica que se ha hecho común en medio de la cuarentena. Los expertos recomiendan el uso de mascarillas en personas enfermas para evitar contaminar a los sanos y la vida útil de estos elementos de protección es de pocas horas.
“Las tenemos a bajo costo por la cuestión de la necesidad, la situación económica que todos estamos atravesando”, sostuvo Svieykowsky, quien agregó que también las han regalado cuando las personas no tienen el dinero para pagarlas “esa también es la idea, ayudar un poquito a las personas que lo necesitan”.
El pasado fin de semana, Maduro dijo que tenían 8 millones de tapabocas para distribuir en todo el país e instó a las familias a fabricar sus mascarillas “con creatividad”.
En las calles, funcionarios policiales vigilan su uso.
Venezuela, con una población de alrededor de 30 millones de personas, ha reportado 42 casos de coronavirus y ninguna muerte.
Svieykowsky y Jiménez acondicionaron una de las habitaciones de su casa como un taller de costura. En un día, fabrican hasta 150 mascarillas de tela POP, un material textil de fibras.
Vecinos en una barriada de la ciudad andina de San Cristóbal decidieron usar retazos de tela que tenían guardados y fabricar desde el miércoles todos los tapabocas que pudieran y repartirlos de forma gratuita.
Es para “donarlos a personas vulnerables de nuestra comunidad, a los abuelos, personas con enfermedades terminales y a los niños en vista de la situación económica y para prevenir que se extienda el coronavirus en nuestra comunidad”, dijo Maura Bencomo, un ama de casa de 51 años, mientras cosía un tapabocas.
“Hay personas de mi comunidad que apenas les alcanza el dinero para comprar comida y no para comprar tapabocas”, agregó. Ya han hecho 150 mascarillas de distintos colores y telas.
La fabricación de Svieykowsky y Jiménez es sencilla, inspirada en el origami, se lleva unos 10 minutos en hacerla. Los primeros modelos los diseñaron sobre sus caras. Aunque Svieykowsky posee su propio taller fuera de casa donde podrían fabricar a gran escala, llevó los materiales a su residencia para acatar la cuarentena.
Por recomendación de una amiga médico venezolana, residente en España, Svieykowsky y Jiménez ahora esterilizan las mascarillas en un horno antes de las entregas.
Ambos sostienen que sus mascarillas son desechables: “se debe utilizar una por día”, sostuvo Svieykowsky destacando que entre la población hay muchas creencias falsas sobre el uso del tapabocas y hay que recordarles que se deben desechar a diario.
“Siempre (…) nos estamos adaptando. Esta situación país (en crisis) nos llevó a eso, a poco a poco adaptarnos”, agregó. Reuters