Por un lado tenemos a Nicolás Maduro que ni lava ni presta la batea. Es el gran responsable del paupérrimo sistema de salud venezolano, del éxodo de nuestros médicos y enfermeros y la precaria condición de los servicios públicos como la escasez de agua y los continuos cortes y fluctuaciones de electricidad. El coronavirus también dejó en evidencia que no hay gasolina suficiente en el país, porque los 80.000 barriles diarios que se producen en Amuay deben compartirse con Cuba.
En su intento por minimizar las carencias evidentes de un país ahogado en la miseria, Maduro se ha dedicado a perfeccionar su talante represivo para infundir temor entre la gente y mantenernos a todos en casa. Pero hay una variable importante que pareciera estar desestimando: las familias venezolanas no tienen capacidad de abastecerse de alimentos para afrontar una cuarentena y mucho menos cuando sobreviven de lo que puedan producir a diario, mientras que el precio de los productos aumenta, la cotización del dólar sube y la hiperinflación no cesa en su espiral infernal que lo devora todo a su paso.
A lo interno, de la mano del elegido de Chávez seguimos más desprotegidos que nunca. No hay plan de ayuda posible que pueda impulsar su administración. Las arcas públicas están quebradas, y hasta ahora ningún organismo internacional está ganado a hacerle algún préstamo porque las principales potencias del mundo lo desconocen como Presidente, y además, ya está acusado y buscado formalmente por la justicia norteamericana por narcotráfico y terrorismo.
Por el otro lado tenemos a Juan Guaidó, que si bien es cierto que a lo interno no puede hacer prácticamente nada mientras esté Maduro en Miraflores, no es menos cierto que a nivel internacional puede hacer mucho por sus connacionales. Si cuenta con el respaldo de 56 países, con la ayuda humanitaria que muchos de ellos le han dado durante esta lucha política para la restitución de la democracia, así como con los miles de millones de dólares recuperados por Citgo, entonces ¿por qué no ha organizado un plan de ayuda económica para los cientos de venezolanos que quedaron varados en el extranjero por la cancelación abrupta de los vuelos? O ¿por qué aún no ha impulsado un plan de ayuda económica para los miles de connacionales que tuvieron que emigrar a otros países y que con la pandemia se quedaron sin trabajo y sin un estatus legal que los ampare? ¿O es que acaso Guaidó no ha pensado que al ayudar a esa diáspora ayuda también a la mayor parte de la población en Venezuela que hoy no tiene ni lo poco que puede producir en el país ni lo que recibe mensualmente por las remesas?
La mujer del César no sólo debe serlo sino parecerlo. Un Presidente no se hace de bandas o designaciones sino de acciones que procuren el bienestar de su gente. La plata está para ayudarnos a amortiguar un duro golpe que produce una emergencia y éste es el momento. Mientras esperamos que se produzca algún desenlace definitivo al conflicto político interno, los venezolanos clamamos por atenciones concretas, puntuales y efectivas que nos permitan agarrar un mínimo aliento para seguir adelante.
¡Qué diferente se ve la realidad con la nevera llena! ¡Qué distintas son las prioridades entre quienes tienen todas sus necesidades básicas cubiertas y quienes no saben qué comerán al día siguiente! Van 15 días de cuarentena, aún no hemos llegado a lo peor de la pandemia dentro de nuestras fronteras y pareciera que ni uno ni otro gobierno tiene fechas precisas para la atención de nuestras familias. El oficialismo espera por un milagro económico que lo haga resurgir y la oposición espera por la definitiva intervención gringa para sacar del camino al gran culpable de la crisis nacional. Y usted y yo, en el limbo.
Gladys Socorro
Periodista
Twitter: @gladyssocorro