Como todos los días, varias decenas de personas, cargadas con bidones y cubos, se amontonan en una larga fila delante de un pozo. Así es el día a día en un suburbio de la capital de Zimbabue, a pesar de las medidas de confinamiento contra el coronavirus.
“Claro que oí hablar del respeto de las distancias”, dice Maxel Chikova, de 16 años, en medio de la larga cola delante de un pozo en el barrio de Mabelreign, en Harare. “Pero la gente ya esperaba cuando yo he llegado”, explica. “Solo espero que nadie tenga el virus”, agrega.
Desde el lunes y durante tres semanas, los 16 millones de zimbabuenses tienen la obligación de quedarse en casa para intentar frenar la propagación del nuevo coronavirus.
El último balance oficial dio cuenta de ocho personas contagiadas, una de las cuales falleció.
Pero, sin agua potable en casa, muchos habitantes de la capital tienen que ir a buscarla en los pozos de barrio.
La crisis económica que golpea Zimbabue desde hace dos décadas ha acabado con los servicios públicos, incluyendo la distribución de agua, ha causado escasez de todo tipo de productos y ha llevado a la población al borde de la hambruna.
Si el virus se propaga en este país de África austral, muchos temen que se produzca una catástrofe.
Desde hace años, la municipalidad de Harare no puede suministrar agua potable a sus 4,5 millones de habitantes. Empezando por los más pobres, que se hacinan en los suburbios insalubres, donde las medidas de distanciamiento social rozan el ridículo.
En el ‘township’ de Mbare, la fila que va hasta la fuente es todavía más larga que en Mabelreign.
Ephiphania Moyo está esperando desde la madrugada. “Te tienes que levantar muy pronto para evitar esperar mucho tiempo, no hay otra opción”, asegura esta señora de la limpieza. “Todos hemos oído hablar del coronavirus, e intentamos lavarnos las manos lo máximo, pero a veces, preferimos utilizar el agua para otra cosa”.
– “Para los ricos” –
¿Y el gel desinfectante? “Es solo para los ricos”, responde tajante. “No es para nosotros que vivimos en los guetos”, explica.
Para la población de Harare, los problemas de acceso al agua remontan al inicio de la crisis, hace casi 20 años. La gente más acomodada pudo excavar pozos en su propiedad o equiparse con costosas cisternas.
Pero la mayoría no tiene otra alternativa que ir a los puntos públicos de abastecimiento de agua, siempre abarrotados.
Los pocos que pueden, a veces, abrir el grifo en sus casas, no se arriesgan a beberla, incluso si la municipalidad dice que es potable.
En 2019, un estudio del gabinete sudafricano Nanotech Water Solutions detectó en el agua toxinas que podían causar enfermedades del hígado y del sistema nervioso.
Los sistemas de distribución y de depuración son de la era colonial. Sin las inversiones necesarias, las canalizaciones se han ido deteriorando hasta el punto que pierden la mitad del volumen de agua transportada.
En 2018, un escape del sistema de depuración contaminó el agua de un pozo y provocó una epidemia de cólera que causó al menos unos cincuenta muertos.
Pero, los vecinos no tienen otra opción que seguir abasteciéndose en esa fuente.
Como la orden de confinamiento cerró las escuelas, son los niños los que se encargan de ir a buscar agua, sin poder respetar en muchos casos las consignas sanitarias más elementales.
Delante del pozo de Mabelreign, se encuentra Winnet Mgaramombe, de 13 años, con su cubo. “Necesitamos agua en casa”, dice, resignada. “Con corona(virus) o sin corona, tenemos que venir a buscarla”. AFP