Xi Jin Ping, encubre criminalmente el brote de la peste, persigue y encarcela a quienes la advierten y manipula a su antojo las cifras reales de victimas fatales.
Donald Trump salta al escenario advirtiendo que su poderosa “América“ no le teme a la plaga china y que una vacuna ya estaría en camino. Su administración ignoró el manual para pandemias elaborado en 2016. Boris Johnson, trasunto de experimentado sanitarista, sentencia que la enfermedad será leve para la abrumadora mayoría, la cual se recuperará rápidamente, “no dejaré de estrechar manos”. Hoy, infectado, guarda cama. Pedro Sánchez, aconsejado por su carnal Iglesias, desatiende las advertencias e indicaciones de la OMS, aúpa la masiva aglomeración del 8-M con dolorosas consecuencias de propagación que llegan hasta su propio hogar.
Jair Bolsonaro exalta la inexpugnable salud del brasileño, califica la pandemia de simple “gripecita” y rechaza el distanciamiento social. López Obrador, preferible omitirlo. Viktor Orban, mandamás de Hungría capitaliza la oportunidad para arrogarse poderes ilimitados y declarar restricción total de derechos y libertades individuales. Roberto Duterte, autoritario Presidente de Filipinas no se anda por las ramas: ordena “disparar a matar” a quien infrinja la cuarentena. En nuestro suelo, el Golem gobernante encuentra en el virus razón para asediar y encarcelar a periodistas y médicos que denuncien nuestras míseras condiciones sanitarias para enfrentar la pandemia.
Entre tanto, la señora Ángela Merkel advierte tempranamente la gravedad de lo que se avecina, administra correctamente la inevitable propagación, minimiza los fallecimientos, abre sus hospitales a victimas de Italia y España y aporta centenares de millardos de Euros al Fondo Europeo de Rescate para las economías más golpeadas por la pandemia…