Hemos tomado intencionalmente a la letra el título del artículo de un fragmento de “Nomenclatura de Guerra”, todo con la intención de asomar un poco de política desfasada en cuarentena, pero que bien viene al pelo de la crítica para algunos líderes, que no han entendido la situación que vive el país en involuntaria calma por la crisis y por la pandemia.
A la letra repetimos, que existen intelectuales que son críticos fervientes de los errores y excesos de las democracias, pero eluden y obvian los métodos terroristas extremistas de la opresión dictatorial, que solapan sobre las medidas que han de tomar para atacar la virosis, pero que aprovechando la coyuntura para eludir sanciones y castigos disfrazados de bondadosa detente anti dictatorial.
La necesidad de la ayuda humanitaria es insoslayable y real, obviamente nadie duda de ello y procura dar su aporte benefactor, pero queriendo o sin querer, le hace un gracioso juego al tirano, que quiere sobrevivir con el virus, sonando fanfarrias por supuestos logros que habría que evaluar para decidir la “coronación” del gobernante y sus acólitos, que no han querido abrirse a la ayuda humanitaria.
Sin dudas, damos a estos políticos el calificativo de “filotiránicos”, porque en teoría podemos describirlos como “…aquellos filósofos o estudiosos de la evolución del pensamiento, que se dedican a opinar y favorecer el pensamiento de personas que internamente mantienen una tendencia a gobernar en forma personal, con muy poco o ningún apego a las leyes y a los criterios adversos, y a otros que tienden a un resaltar Estados que evoluciona en un sistema de democracia, sin que en ellos se cumplan los reales postulados de este sistema de gobierno…”.
Sin que dudemos de algunas medidas necesarias que ha tomado el régimen venezolano, no podemos tolerar que existan personas, que por interés personal o por mediocridad de criterio, se transforman en “…pensadores influyentes que sucumben a la fascinación del poder totalitario, de sus líderes carismáticos o a sus mesiánicas ideologías…”, no por convicción, sino por intereses nimios, que en lugar de ayudar en progreso a las acciones de la ayuda del exterior, nos obligan a orientarlos o al menos alumbrar sus ideas para que las vean con claridad, antes de que la crisis nos arrope y no nos regrese a la adoración del “farsante”.
Resaltamos del escrito base, “…los torcidos caminos que tomaron algunas de las mentes filosóficas más notables del siglo XX y una grave profecía sobre los peligros que acechan al siglo XXI, si los intelectuales renuncian a pensar con honestidad, y a actuar con responsabilidad, en el tortuoso pero irrenunciable ámbito de la política…”; que, como dice un heredero de la tradición del pensamiento liberal, “una rara avis en el confuso panorama intelectual contemporáneo”, “un heredero de los enciclopedistas franceses”, “la Ilustración inglesa y el humanismo alemán”, extremistamente versado en las tres culturas, pero formado en la Universidad de Harvard; expresión de un intelectual inmerso en el estrecho mundo de los especialistas académicos, que todavía cree en la necesaria vinculación entre la filosofía y la vida pública, y a quien se le considera un pensador inmune al encendido mundo del posmodernismo, que busca en los temas políticos la verdad objetiva, y el liberal clásico militante en contra el relativismo moral, que reivindica el lugar de las instituciones democráticas, donde prive el papel de la tolerancia, la necesidad del Estado de derecho y las libertades cívicas.
En su obra: “La seducción de Siracusa” dejando a salvo a Karl Jaspers, que mantuvo con firmeza inalterada sus convicciones humanistas en medio de la barbarie nazi y rompió de manera tajante con su amigo Martin Heidegger, en “cuya mente se había deslizado un demonio”, se involucró “irresponsablemente” en el vértigo político de su tiempo. Según Lilla, todos los que siguieron la corriente, se caracterizaron por una falta de autoconocimiento y humildad, exponiendo que la seducción de la tiranía se explica menos por la acción del seductor que por la recepción del seducido.
Para él, hay un tirano agazapado en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el eros de su yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiar a éste de raíz.
Si en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y otros fines superiores, de lo contrario, esa pasión puede llegar a dominarlo.
Explica que el propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles algunos filósofos, considerando que son ellos quienes orientan las mentes de los jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia, en cuyo estado, la única alternativa frente a esa intoxicación política es la humildad, fruto del autoconocimiento.
Por desgracia, -según explica Lilla- muchos intelectuales del siglo XX tomaron caminos distintos e integran lo que llama el “coro filotiránico”, donde incluye a autores ingleses como Herbert George Wells, quien admiró a Stalin; estadounidenses como Ezra Pound, que sirvió a Mussolini, o algún bardo de los dictadores de derecha o izquierda, como ha habido tantos en Latinoamérica.
Hay mucho más que analizar de esta teoría, pero al caso nos preguntamos: ¿Está prosperando el filotiranismo en la lucha de partidos en Venezuela? ¿Qué nos quedará cuando pase la pandemia?, ¿Lograremos el cese de la usurpación, o tendremos que soportar la tiranía hasta que cese el filotiranismo?