Estamos convencidos de una verdad que no es posible exagerar y en la que coinciden muchos expertos: en Venezuela estamos corriendo un riesgo considerable de que se produzca una catástrofe. Una combinación letal de la acción destructora de 22 años de desgobierno chavista, que ha literalmente arruinado al país, su economía y sus sistemas educativo y sanitario, con la dramática pandemia asociada al COVID-19.
A la crítica situación del sistema de salud, se le unen dos elementos más que gravitan sobre la terrible situación del país: la carencia extrema de combustible, producto de la destrucción de la capacidad de refinación y producción de crudo, y la creciente incapacidad para producir y transportar alimentos. En medio de la cuarentena impuesta sobre la población, en los sectores más empobrecidos se vive cada vez más intensamente un cuadro de ansiedad creciente, donde el miedo al coronavirus se conjuga con el espectro del hambre. En resumen, estamos en presencia de una tormenta perfecta que puede no abatirse sobre nuestro país, pero que representa un riesgo real.
La situación es de tal complejidad, que es necesario advertirle con claridad a la población que nuestras posibilidades de enfrentarla sin ayuda humanitaria internacional son muy reducidas. Y que es necesario intervenir y actuar antes de que el hambre, la carestía y la pérdida de empleos y de las posibilidades prácticas de ejercer la economía informal, rompan las restricciones de la cuarentena y precipiten un aumento importante en el número de contagios por la pandemia. Todo ello coexistiendo con el fantasma latente de la violencia social, eventualmente enfrentada a un régimen fascistoide que pretende la imposición policial y militar de la cuarentena.
Esta dinámica marca las estaciones y los tiempos de la pandemia. Una dinámica que se rige por eventos parcialmente incontrolables porque tienen que ver con inestabilidades epidemiológicas y sociales coexistiendo en un complejo laberinto.
En la otra dimensión están los tiempos de la política. Por un lado, el régimen conectado umbilicalmente a un ejercicio del poder que combina una dimensión autoritaria, populista y militarista de control de la sociedad, con vínculos con otros regímenes autoritarios del mundo, como el cubano y el ruso, y conexiones con el crimen y el narcotráfico. Todo ello cabalgando sobre esquemas de explotación de los recursos del país, que son completamente opacos al control de los menguados órganos contralores de la nación. Un increíble laberinto de ejercicio criminal del poder que ha transformado a Venezuela no solamente en un Estado fallido, sino en una quimera de economía dolarizada coexistiendo con un bolívar depauperado. Una mezcla explosiva que depende tanto de la corrupción como del lavado de divisas, y que puede colapsar en cualquier momento frente a las dificultades impuestas por la cuarentena, los bajos precios del petróleo y la vigilancia internacional sobre Venezuela.
Por otro lado están los actores internacionales y especialmente la presión del gobierno norteamericano sobre el régimen venezolano, con el apoyo de los países vecinos, el Grupo de Lima, la OEA y la Unión Europea, cuya última expresión son las requisitorias judiciales sobre un grupo numeroso del círculo del poder alrededor de Maduro, con la amenaza creciente de un bloqueo naval sobre Venezuela. Los tiempos de esta dinámica están impuestos en buena medida por las decisiones de los Estados Unidos, que de manera cada vez más explícita considera las dimensiones regionales de la crisis que gravita alrededor de Venezuela y que ha propuesto, de manera muy inteligente, un esquema de gobierno de transición que ha aumentado enormemente la presión sobre el régimen venezolano y ha re-direccionado en buena medida la percepción internacional acerca de la responsabilidad del régimen de Maduro en la crisis del país. Por último están los actores de la resistencia democrática, reunidos alrededor del presidente encargado Guaidó, que han hecho extraordinarios esfuerzos para presionar por una salida que combine una apertura política basada en la propuesta de los Estados Unidos, con un conjunto de decisiones sobre un gobierno de emergencia que abra la compuerta a la ayuda internacional.
La grave pregunta que continúa gravitando sin respuesta en medio de este análisis de dinámicas sociales, epidemiológicas y políticas es ¿Qué ocurre si los tiempos de la pandemia desatan una crisis social de dimensiones incontrolables, mientras los tiempos de la política siguen a un ritmo distinto, en suspenso, esperando que la presión internacional quiebre la intransigencia criminal del régimen madurista? Por supuesto que en un mundo ideal, la expectativa es librarse simultáneamente de la amenaza del coronavirus y del virus autoritario que corroe y destruye al país. Pero esta expectativa plantea un dilema terrible: ¿Es la protección de la gente una prioridad superior a inducir el cambio político que los demócratas queremos para Venezuela? ¿Son los tiempos de alguna tregua negociada? Estas preguntas no tienen ninguna respuesta evidente, sobre todo porque la negociación con el régimen venezolano no ocurre con ningún actor honorable, sino con un grupo arrinconado y dispuesto a arriesgar y sacrificar todo por mantenerse en el poder.
Pero independientemente de que tengamos respuestas, estas son las preguntas que continuaran presionando la percepción angustiada de nuestra gente, que ahora vive no solamente frustrada por el estancamiento político, sino atemorizada por la bomba de tiempo de la pandemia. Sobre todo esto la respuesta del régimen son las que ya conocemos, cargadas de mentiras y evasivas. ¿Son suficientes las de la resistencia democrática?. Los dos relojes y los dos tiempos siguen su ritmo ineluctable.
Vladimiro Mujica | José Domingo Mujica