Paula Vásquez Lezama: La peligrosa opacidad del populismo epidemiológico

Paula Vásquez Lezama: La peligrosa opacidad del populismo epidemiológico

Nada más arriesgado que hacer pronósticos sobre la forma en que se va a desarrollar la epidemia del Covid-19 en Venezuela. El nuevo coronavirus avanza escondido porque es difícilmente detectable y puede ser transmitido por portadores sanos. El mundo entero ha vivido y manejado la epidemia dando tumbos. Ya sea por desacuerdos internos de las autoridades —propio de las democracias— o por el miedo a la desestabilización política, económica y social —propio de las dictaduras—, la incertidumbre ante un agente patógeno desconocido se juntó con la del manejo de la situación y sus consecuencias.

Las opiniones públicas han estado sometidas a controversias que tienen que ver con diferentes escuelas de salud pública sobre las maneras de prevenir —el (buen) uso de las máscaras, por ejemplo— y sobre la terapéutica: la polémica sobre la hidrocloroquina, la posible atenuación en los inmunizados con la vacuna BCG, la puesta en práctica del despistaje sistemático de los casos sospechosos, y así muchos otros temas. El desacuerdo y la controversia son propios de la ciencia. Pero cuando se vuelven globales, difundidos en redes sociales por gente que no es experta, donde se mezcla lo falso con lo verdadero o lo que está en estudio, el caldo de cultivo para la desinformación genera incertidumbre y pánico.

Desafortunadamente, hay razones para pensar que Venezuela será profundamente afectada por la pandemia, porque están dadas todas las condiciones para que así sea. No se trata de ser pavosos sino realistas y, sobre todo, responsables al opinar. El hecho de que todavía los números de casos y muertos —los conocidos— sean menores a los de otros países, no significa que esto no vaya a ocurrir. El retardo se debe muy probablemente al aislamiento que ya vivía Venezuela por vía aérea y a la reducción drástica de los vuelos internacionales en los últimos años.





La hora de la “Patria”

El gobierno de Nicolás Maduro reaccionó rápidamente al aplicar la medida del confinamiento. Pienso básicamente que por dos razones: primero, el terror que les debe dar pensar en el costo político de una epidemia en la que haya muertos en las calles, como en Guayaquil. Segundo, la ocasión extremadamente propicia para aplicar mayores medidas de control social que favorecen la dependencia del gobierno.

Me parece que lo más significativo de este “ensayo” es poner a prueba la Plataforma Patria para utilizarla con otros fines, en este caso, los datos sobre la salud. En esa plataforma, explicaba Jorge Rodríguez cuando hablaba de “radicalizar” el confinamiento hacia el 25 de marzo, deben registrarse quienes presenten síntomas, llenar un formulario y así alertar a las autoridades sanitarias. Una vez identificados, afirmaba el ministro, se les visita y aplica la prueba. Pero con el paso siguiente al diagnóstico Jorge Rodríguez dejó de ser claro. ¿Qué pasa con los infectados? ¿A dónde los llevarán? ¿Serán confinados en sus casas si no hay complicaciones, como se ha hecho en la mayor parte del mundo? Luego pasó a la presentación de unas láminas con cifras sobre las camas hospitalarias disponibles, pero sin ser claro sobre la cantidad de respiradores que estas disponen.

A mediados de abril, las mentiras —muchas de ellas por omisión— van saliendo a flote.

En todo caso, lo que entendimos todos de los mensajes gubernamentales es que los casos del nuevo coronavirus serán declarados en la misma plataforma informática que la del carné de la patria. Es decir, para explicárselo a los que tienen años afuera, es como si la plataforma de los datos de salud fuera la misma que la del carné de un partido político o la de votación. La epidemia del coronavirus es pues una ocasión magnífica para que el gobierno de Nicolás Maduro cruce los datos de los que están registrados en la plataforma. Se trata de esa misma desarrollada por el gigante tecnológico chino ZTE.

“Lo que vimos en China, cambió todo”, explicaba un miembro de la delegación venezolana que fue a China en 2008 para estudiar los mecanismos de identificación que inspirarían al carné inteligente hecho en Venezuela. Pareciera entonces que estamos viendo el fruto de diez años de trabajo.

Esto lo digo sin condenar de antemano el uso de plataformas y aplicaciones en teléfonos inteligentes para combatir la epidemia del nuevo coronavirus, ya que es muy probable que los gobiernos europeos acudan a plataformas informáticas para ir a la búsqueda de los casos y poder así poner en práctica el des-confinamiento progresivo. Pero esto, como en toda situación límite, implica un alto grado de confianza en las autoridades. Y es por eso que esta pandemia supone un inmenso desafío a las democracias del mundo. Resulta además muy tentadora para los populismos porque se presta a prometer cosas imposibles. Por ejemplo, es imposible practicar el despistaje a 60 millones de franceses o a 83 millones de alemanes. Por ello seguramente Francia y Alemania implementarán una plataforma informática o aplicación que les permita a las autoridades sanitarias “ir” hacia el posible caso de infección, para así identificar el foco y confinar específicamente a los enfermos. La cuestión planteada a mediados de abril es que los ciudadanos confíen en que sus datos se van a resguardar y que no serán usados para otra cosa, e incluso que hay un compromiso de destruirlos posteriormente.

La verdadera bomba de tiempo

Aparte del confinamiento, el resto de las medidas de prevención se cumplen deficientemente en Venezuela. En los videos que he visto, la gente no guarda la distancia física. Lavarse las manos como se recomienda es un lujo para muchos.

La militarización no resuelve nada ante la vulnerabilidad generada por la deficiencia de la infraestructura. Además, los militares también se enferman.

Y como en todos los países de precariedad en el hábitat, el confinamiento en sí mismo es un riesgo: el hacinamiento genera múltiples formas de violencia —de género, hacia los niños, etc. Y (más) hambre, porque la gente que vive de la economía informal tiene que salir a trabajar. Las cajas CLAP contienen cantidades irrisorias para alimentar a las familias. Aunado al desabastecimiento de gasolina, es difícil ser optimista sobre el escenario que puede muy probablemente presentarse dentro de un mes.

Además, la población venezolana enfrenta el riesgo del fenómeno migratorio. Muy probablemente sea masivo el regreso de los migrantes que han estado sobreviviendo como trabajadores informales en diferentes países de América latina, y que en estas semanas de confinamiento se encontraron de pronto sin ingresos. Son las fronteras terrestres las que presentarán seguramente el mayor número de contagios. Escribo esto viendo el caso de una familia infectada por un pariente llegado de Ecuador. Otro paciente del Táchira se enfermó después de regresar de República Dominicana.

Pueden entonces venir días duros y hay que preparase para evitar que se genere violencia por laestigmatización de los enfermos. Culpar a los casos que vengan del extranjero, marcar casas, señalar por redes sociales la identidad de enfermos y fallecidos pueden generar linchamientos y discriminaciones de todo tipo.

¿Tregua? ¿Cuál de todas? 

En Venezuela existía el boletín epidemiológico. Esos partes epidemiológicos eran interpretados, analizados y puestos al servicio del ministro de Salud de una manera rigurosa. De allí la importancia para la planificación del Ministerio aunada con la información salida del Instituto de Malariología, del Instituto Nacional de Nutrición, del Instituto de Medicina Tropical, etc. La capacidad de respuesta del Ministerio se fue deteriorando durante los años noventa y la transparencia desapareció definitivamente con los gobiernos de Chávez.

Las estadísticas de salud se politizaron completamente, como en Cuba. Esa experticia médica está hoy asediada, censurada y condenada al silencio. Trabaja casi en la clandestinidad, con miedo. Recordemos cómo los gobiernos de Chávez y Maduro manejaron todas las epidemias precedentes que han afectado al país en los últimos años: zika, chikungunya, dengue y paludismo son sinónimos de secreto, ocultamiento y opacidad. Por eso creerle al gobierno actual es muy difícil.

Creo que esa es la primera tregua que hay que pedirle al gobierno de Nicolás Maduro: que se vuelva a publicar el boletín epidemiológico y esté disponible, y que con claridad se explique lo que están haciendo.

Esos datos son la única garantía que permitirá reestablecer la confianza en el manejo de los recursos. Debería ser una premisa básica.

Porque, antes de hablar de la tregua sobre las sanciones y la confrontación política, como lo plantean algunos sectores de la oposición, creo que hay que poner sobre la mesa hechos incuestionables: que no ha habido ningún impedimento para que los gobiernos de Chávez y de Maduro planifiquen y ejecuten las políticas de salud que deberían haber hecho durante dos décadas; que Barrio Adentro es deficiente como política de atención primaria; que los protocolos de vacunación no se respetan; que los niveles secundarios y terciarios del sistema de salud están desmantelados; que la cobertura de la atención a las enfermedades crónicas es mínima en relación a las necesidades de la población.

Si el gobierno no asume esos errores, será muy difícil aunar esfuerzos y dejarlo ejecutar tranquilo los fondos de la ayuda humanitaria. No se trata de unir esfuerzos gloriosos por el bien común, sino que se deben abrir las compuertas del aparato secreto del Estado en una crisis que el gobierno decidió que sería manejada por militares. Porque, por su complejidad, la epidemia no es sólo una emergencia ni es atendible solo con ayuda humanitaria. Esto es enfocar mal el problema y, por ende, abordarlo de manera deficiente.


Paula Vásquez Lezama es socióloga y antropóloga venezolana, investigadora titular del Consejo Nacional de la Investigación Científica de Francia

Artículo publicado originalmente en cinco8 el 16 de abril de 2020