Los sucesos se dan en el Ayuntamiento, en cabildo. Ese lugar y modo que, al entender de Pedro Grases, encontramos en los últimos años coloniales con un “extraordinario poder de acción”. Antes, el propio Francisco de Miranda en sus proyectos nacionales había centrado en cabildos y asambleas inclusivas el espacio colegiado para las máximas decisiones. Hubo en cierto modo amplitud en el diseño incorporador para el ejercicio colectivo de la representación, a pesar de las reservas y las naturales odiosidades despertadas, buscaron sumar “castas”.
El acta de conformación de la Junta Suprema de Venezuela relata hechos y decisiones de sumo interés. El objetivo: “atender a la salud pública de este pueblo que se halla en total orfandad…”. Niegan el poder político de la Regencia, comienzan a aludir a la independencia: “porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando ya han sido declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España” y emplean repetidamente un muy llamativo vocablo en ese sentido: soberanía: “llamados a la soberanía”. Así, se constituyen en cabildo extraordinario.
Continúa el acta expresando la insatisfacción popular para con las resultas de las deliberaciones. De tal modo que hicieron regresar a Vicente de Emparan hasta que le conminaron a expresar que: “no quería ningún mando” y recayó en el Ayuntamiento la suprema autoridad sin Emparan y sin los otros representantes de la corona, cosa que se notificó a la concurrencia desde el balcón famoso, lugar donde Madariaga a dedo alzado en movimiento de vaivén pedía el desconocimiento de la autoridad. Tal vez el signo sin palabra más trascendente en Venezuela.
Deslastrados del dominio político español en ese momento de hábil accionar, el Ayuntamiento comparte sus funciones con “los diputados del pueblo, que han de tener en él voz y voto en todos los negocios”. Y comienzan así a urdir el “plan de administración y gobierno que sea más conforme a la voluntad general del pueblo”. Fue también un incio con visión planteada hacia una manera democrática de entender el manejo del poder, asambleario, de representación. Crearon en ese momento un ” nuevo gobierno”. Eso indica a grosso modo tan significativo documento firmado hasta por el propio Emparan. Se publicó además por toda la ciudad “con general aplauso y aclamaciones del pueblo”. Sin imaginar lo que después se vendría con la guerra, fue una limpia actuación política, un acuerdo, sin sangre ni violencia.
Llama la atención que la conformación de esta junta era cívico-militar, resultando de suma importancia que si bien el teniente coronel don Nicolás de Castro y el capitán don Juan Pablo Ayala quedaron con el ” mando de las armas”, sobre ellos estaban las órdenes que recibieran “del muy ilustre Ayuntamiento como depositario de la suprema autoridad”.
De inmediato, en agosto de 1810, crean también, estos lúcidos habitantes de la Caracas ejemplar, la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía. Piden el reconocimiento interno de los cabildos de las demás provincias e internacionalizan la acción solicitando un obrar parecido en el continente. En el decreto de creación de la Sociedad, se expresa la preocupación por la educación: “se generalice y perfeccione la educación pública de la juventud de ambos sexos…”.
Comenzaba el camino hacia la libertad, con soberanía, incorporación de elementos democráticos de representación y sometimiento militar a la voluntad, a las órdenes, del Ayuntamiento. El camino de la libertad se nos ha vuelto a extraviar. Es nuestro deber, en honor a quienes lucharon por la fundación de este país y por las ingentes necesidades ciudadanas de hoy, volver a ser libres conciudadanos de una República democrática.