Casi exactamente un año atrás, escribimos sobre Emeterio Gómez en La Patilla. El polémico liberal y estudioso del liberalismo (ahora, extraña conjunción), había perdido la memoria y, en las redes sociales, hubo un llamado de contribución para cubrir el costoso tratamiento médico del caso. Por cierto, desencajando a los marxistas de manual que jamás comprendieron la animadversión de nuestros empresarios rentistas hacia quien los había denunciado en numerosas ocasiones.
Más alá de la toga y el birrete, hizo del debate una herramienta esencial así tratasen de impedir a todo trance que empleara la mítica sala “E” de la Universidad Central monopolizada por sus opositores académicos. Tenía por increíble ventaja la de haber leído y desmenuzado “El Capital” de Marx, pues, raras veces sus exégetas lo habían hecho, incluyendo a los ideólogos consagrados y empedernidos ensayistas que hicieron escuela para que los encapuchados se alzaran con el poder en el presente siglo, con todas sus conocidas orfandades, incluso, éticas.
Lo recordamos muy bien, casi finalizando los ochenta del XX, nos inquietaban los planteamientos de Emeterio que encontró una magnífica tribuna en El Diario de Caracas, pero fueron tres o cuatro artículos para El Nacional en torno al socialcristianismo y el mercado que nos llevó a emplazar a un amigo cercano, suerte de gurú ideológico, para que retase a un debate a Emeterio: no lo hizo y compartimos nuestra decepción con Oscar Rodríguez, por entonces, en las postrimería de sus estudios de pregrado, e intermediario con Gómez. Y, aunque todavía sostenemos una determinada y distinta cosmovisión de la cual no es fácil desprenderse, como si fuese un perol, haciéndonos inauténticos, fue inevitable darle la razón a la postre, apelando a un realismo indispensable, incubado desde principios de los noventa.
Esos noventa de absoluta interpelación que, al entrar la nueva centuria, se convirtió en un acto de una no menos absoluta sinceridad al experimentar el socialismo venezolano, no menos real que todos los conocidos en el mundo. Digamos de un proceso que partió también de “Dilemas de una economía petrolera” de Emeterio, en aquella dura interpelación que se hizo insospechada eclosión.
No tuvimos amistad personal alguna con él, aunque sus libros – para la coincidencia y la discrepancia – abonaron a una relación de respeto con el escritor al que varias veces preguntamos en el marco de uno que otro foro o conferencia. Heredamos un rico itinerario de controversias, el valor de rectificar respecto a errores a los que nos prendamos con fácil ardor, la vocación por comprender que es muy distinta al sectarismo en boga: heredamos a Emeterio.