Cástor González Escobar: Morir en la orilla

Cástor González Escobar: Morir en la orilla

Cástor González @castorgonzalez

Finalmente, luego de dos décadas de destrucción masiva e indiscriminada, el desgobierno inicia supuestamente la ruta de enmendar su propio entuerto, aunque como siempre, maniobrando y haciendo lo posible por evadir y no asumir el inevitable costo de su monumental fracaso; sin embargo, como en toda reacción tardía a una amenaza o grave mal, las consecuencias directas y colaterales suelen derivar en daños irreparables, tal como en efecto podemos afirmar ocurre en todo cuanto tenga que ver con PDVSA y en general con el negocio petrolero venezolano.

Durante veintiún años, amparados en el espejismo de una ola de altos precios del crudo, el desgobierno se dedicó a cualquier cosa, menos a la que tocaba, que era a la de cuidar y administrar como un buen padre de familia los recursos y principal riqueza de todos los venezolanos, y por el contrario, lo que comenzó como una dilapidación sin precedentes de una política populista, se tradujo poco después en una hemorragia de miles de millones de dólares que se fueron por las cañerías de una insolente corrupción, de la cual apenas hemos visto la punta del iceberg, y donde la fallida incursión de nuestra PDVSA en negocios que le eran tan ajenos como el de los alimentos y de la construcción de viviendas, quedaron como un mero desliz, frente al obsceno entramado de “negocios” que solo sirvieron para crear una nueva élite de millonarios cuya única competencia y capacidad en la vida, es la de gastar a manos llenas lo que obtuvieron a costa del erario público.

En paralelo al desangramiento, ocurrió lo que era previsible cuando el zamuro cuida la carne, y es que el drenaje llevó a la irreparable destrucción de PDVSA en todos los niveles imaginables, comenzando con lo más sagrado que era el talento humano cuidadosamente formado durante al menos treinta años y que constituía el motor que hacía girar el engranaje de lo que una vez fue ejemplo de una empresa petrolera pública; continuando con la molienda progresiva de sus instalaciones, equipos y de todo aquello que fuese productivo; y culminando con la ausencia absoluta de un propósito alineado con los derechos e intereses de los ciudadanos. En fin, una combinación perversa que al día de hoy lamentablemente se unió a la anticipación abrupta de lo que ya era previsible, que es un nuevo ciclo negativo y tal vez irrecuperable de los precios internacionales del crudo, donde si bien los poco más de doce dólares que hoy marca la cesta de la OPEP seguramente se ajustarán en positivo hasta alcanzar al menos un grado ligeramente superior al punto de equilibrio para hacer medianamente rentable el negocio, difícilmente llegarán a un nivel lo suficientemente importante como para que siga siendo la base y sustento de cualquier economía en cualquier jurisdicción.





Ya el mundo entero descubrió y sigue descubriendo día a día lo mucho que se puede lograr y hacer a nivel de negocios con una movilidad restringida. Por ello, si bien es cierto que la demanda y los precios del crudo repuntarán tan pronto se superé el estado global de cuarentena, los niveles de desplazamiento social no serán ni de cerca los que fueron hasta hace apenas un par de meses, que es lo que activa en gran medida la demanda, pues movilizarse requiere transporte, energía, y en consecuencia combustible. En los últimos dos meses, ya las grandes y no tan grandes corporaciones han comprobado que enviar a un ejecutivo a una reunión desde Nueva York a Singapur o Seúl, con la consecuente inversión de miles de dólares que ello supone, no hace mucha diferencia frente al hecho de organizar esa misma reunión a través de una muy buena videoconferencia. Y es que hasta nuestros métodos de transporte cotidiano, cualesquiera que sean y como hasta ahora los conocemos, corren el riesgo de cambiar dramáticamente, ya no por la presión de los ecologistas, sino porque simplemente no será necesario para muchas personas trasladarse diariamente a una oficina o a una institución educativa. En fin, aunque por razones distintas a las que muchos visualizaban, como las ecológicas o la aparición de fuentes de energía alternativa, la disminución de la demanda del petróleo es un hecho y llego para quedarse.

La nueva realidad nos tomó a los venezolanos al igual que al resto del mundo por sorpresa, pero a diferencia de muchas otros países donde el petróleo es un elemento vital o simplemente importante de su economía, en nuestro caso nos llegó en un momento de vulnerabilidad sin precedentes. Mientras Arabia Saudita posee reservas internacionales que superan los 500 mil millones de dólares, o inclusive nuestros vecinos colombianos cuentan con casi 48 mil millones de dólares, nuestro Banco Central apenas y sobrepasaba el pasado enero los 6 mil millones; ni hablar del hecho inocultable de que ni producimos ni refinamos crudo, no pudiendo siquiera satisfacer una demanda mínima de combustible, por lo que luego de dos décadas de oro perdidas para nuestra industria petrolera, y luego de nadar a contracorriente y de toda lógica, al desgobierno no le quedará otra que morir en la orilla, ahogado en su torpeza, comenzando con el necesario fin del regalo y subsidio de la gasolina colocándola a lo que realmente cueste.

Apostamos a que en la orilla solo quede el desgobierno, pues con el cambio político al que todos aspiramos y esperamos, sobreviviremos y recuperaremos a Venezuela, aún ante las nuevas realidades y con los costos y sacrificios que ello implique.

(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana -CPFC-
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