Puede aseverarse, pertenecemos a la generación de la nacionalización del hierro y del petróleo, aunque – diluidas las viejas estridencias – un renglón ha desaparecido definitivamente de la opinión pública y, el otro, tardará pocos años en hacerlo. La debacle que el discurso oficial intenta infructuosamente asociar a las consabidas sanciones internacionales, probando con la propia pandemia, tiene como contra-respuesta el cuestionamiento de las medidas adoptadas a mediados de los setenta del siglo anterior, por algunos sectores que intentan una suerte de deslegitimación retroactiva de las experiencias que resultaron exitosas.
Por lo demás, agotando cualesquiera de sus posibilidades, el actual régimen incurrió en el suicidio de un ultra-rentismo que pulverizó a una industria que, faltando poco, ahogada en la retórica de ocasión, absurdamente fue constitucionalizada. Y, tal circunstancia, provoca las reacciones naturales que obedecen, valga las hipótesis, a la derrota de la tecnocracia petrolera a manos de la presunta tecnocracia militar, afianzada por el socialismo, o al definitivo agotamiento del pensamiento que legaron conjuntamente Rómulo Betancourt y Arturo Uslar Pietri, por contradictorios que parezcan, respecto a una determinada ética de la redistribución.
En un sentido, contrario a nuestras vehementes posturas de juventud, fue un acierto el reconocimiento de las empresas mixtas y, más tarde, la internacionalización del negocio petrolero que, inexorablemente, minimizada su injerencia, reivindicaría al Estado como ente regulador de la libre competencia, ampliando considerablemente el concurso de la economía privada. En un largo proceso de alrededor de veinte años, solvente y eficaz, PDVSA estaba llamada a otras especialidades que el principio de subsidiariedad le permitiese y, por ello, el valor algo más que simbólico de la orimulsión.
En otro sentido, después de veinte años de demolición sistemática de la industria, hay quienes cultivan la vana ilusión de volver a lo que ella fue al arribar Chávez Fías al poder, casi por decreto. Obviando que, siendo fabulosas las reservas petroleras con las que contamos, sobre todo en el rubro de los crudos extra-pesados, el riesgo es que nos quedemos con ellas, intactas, en el subsuelo, haciendo inútil toda discusión en torno a la apropiación privada de nuestros sótanos (geológicos), repletos los otros (jurídicos) de una tradición necesitada de inventario.