La cuarentena aplaca, en parte, el “apetito” de los dominicanos por el ruido

La cuarentena aplaca, en parte, el “apetito” de los dominicanos por el ruido

Un hombre camina protegido con mascarilla en un importante paseo peatonal en la Zona Colonial, de Santo Domingo (República Dominicana), este jueves cuando entran en vigencia las medidas adoptadas por el Gobierno ante el coronavirus. EFE/Orlando Barría

 

El dominicano es un pueblo ruidoso. Aunque la cuarentena establecida frente al coronavirus ha conseguido mitigar el estrépito cotidiano en Santo Domingo, lo ha hecho de manera desigual y, en ciertos sectores, permanece casi inalterable la atmósfera de alboroto previa a la llegada del COVID-19.

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El nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se refería a “ese apetito por el ruido. (Por el ruido, no por la música)”, en ‘La fiesta del Chivo’, novela que se desarrolla en el segundo periodo del dictador Rafael Leónidas Trujillo en el poder (1942 a 1952).

El alboroto producto de la mezcla de voces, motores y músicas, es medible con un sonómetro que, en Pintura, un sector a medio camino entre el barrio obrero y un polígono industrial, llegan a superar los 90 decibelios, según marca el aparato que maneja el director técnico de audiología de la empresa Laudio, Juan Carlos Oleas.

Con estas mediciones acústicas, Oleas quiere demostrar el maltrato que reciben los tímpanos de los dominicanos de forma cotidiana y comprobar la diferencia en el nivel de ruido durante y después de la cuarentena, de manera que volverá a los mismos puntos, sonómetro en mano, con el objeto de documentarse.

A partir de los 85 decibelios “ya se considera una exposición alta al ruido”, señaló Oleas en declaraciones a Efe tras hacer mediciones de sonido en varios puntos de la capital y constatar que en Pintura, como en otros barrios populares, se mantiene demasiado alto a pesar de las restricciones derivadas del estado de emergencia decretado el 19 de marzo.

UNA POSIBLE PÉRDIDA AUDITIVA

Una exposición al sonido a la que están sometidos durante horas los agentes encargados de controlar el tráfico, que corren el riesgo de sufrir “una pérdida auditiva asociada al ruido, con el tiempo”, deterioro que también puede afectar a los trabajadores que limpian las calles con un soplador de hojas, artilugio de lo más escandaloso y que manejan durante horas.

El sonómetro capta un nivel de ruido similar al primero, de hasta 88 decibelios, al ubicarlo junto a estos operarios mientras realizan labores de limpieza en la Ciudad Colonial sin la protección auditiva que, según el experto, “debería ser obligatoria” para estos trabajadores.

En el cruce de la Avenida 27 de Febrero con la Abraham Lincoln, una de las principales intersecciones del centro de Santo Domingo, donde habitualmente hay una altísima circulación de vehículos, con el consecuente escándalo, sí se ha reducido el ruido.

El aparato marca entre 75 y 80 decibelios, unos niveles tolerables que se volverán a incrementar al levantar las restricciones hasta convertirse en “dañinos”, opinó Oleas.

LO MÁS CERCANO AL SILENCIO

De vuelta a la Ciudad Colonial sigue la progresión descendente. En la Plaza de España, desierta desde el comienzo de la cuarentena, se registran unos 55 decibelios, que no suponen ningún problema para los tímpanos frente al característico alboroto generado por turistas, músicos callejeros, restaurantes, niños y mayores, además de la cercana terminal portuario Don Diego.

El lugar más tranquilo está cerca de ahí, en un recoleta plaza frente al Hotel Nicolás de Ovando, donde solo se escucha el trino los pájaros y el aleteo de las palomas al alzar el vuelo. El sonómetro marca en este punto unos inocuos 45 decibelios.

Pero silencio, lo que se dice silencio, llega por la noche, ya durante el toque de queda vigente desde las cinco de la tarde.

Una ausencia de ruido insólita hasta la llegada del coronavirus y que, probablemente, será una de las pocas cosas a extrañar cuando todo vuelva a la normalidad.

EFE