Los salvadoreños se la jugaron cuando eligieron como presidente a Nayib Bukele: era un político con poca experiencia, un milénial que dirigió su campaña principalmente en las redes sociales y que ofreció pocos detalles concretos sobre cómo gobernaría.
Aun así, los votantes en El Salvador lo llevaron a la presidencia con la esperanza de un cambio que mejoraría sus vidas en un país que durante mucho tiempo ha sido afectado por la corrupción y la pobreza y que tiene una de las tasas de asesinatos más altas del mundo.
Pero las medidas que Bukele ha tomado en los últimos meses han hecho que muchos salvadoreños —abogados, líderes empresariales, defensores de derechos humanos, periodistas y otros— sientan temor ante la posibilidad de que su gobierno sea un retroceso hacia el tipo de liderazgo autoritario que el país derrocó luego de librar una guerra civil.
En febrero, Bukele llevó soldados al Congreso para intimidar a los legisladores con el fin de que aprobaran un proyecto de ley. Al mes siguiente, no acató las órdenes de la Corte Suprema de que dejara de usar al ejército en los operativos de detención de los infractores de la cuarentena. Más tarde, abogó por el uso de la fuerza letal en una ofensiva contra las pandillas criminales que aumentan la tasa de homicidios en el país.
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