Reinaldo y su hijo de 12 años salen con mascarillas a recolectar madera de árboles caídos para cocinar. Con técnicas de “boy scouts”, la familia Vega sobrelleva la precariedad de los servicios básicos en Venezuela, agravada durante la cuarentena contra la COVID-19.
En su casa en San Cristóbal, capital del estado Táchira (oeste, fronterizo con Colombia), la falta de agua y gas doméstico se conjuga con extenuantes cortes eléctricos.
Empleado de seguridad, Reinaldo Vega, de 41 años, dice que “nunca había imaginado” que tendría que usar técnicas que aprendió por pertenecer a los scouts -movimiento mundial surgido en 1907 en Inglaterra- para enfrentar la peor crisis de la historia moderna de Venezuela, con seis años de recesión, hiperinflación y servicios públicos colapsados.
“Gracias a eso estamos sobreviviendo”, cuenta a la AFP tras poner en dos viejas latas para pintura la madera recolectada.
La madera empieza a arder en agujeros en el centro de los envases metálicos, colocados sobre una hilera de ladrillos naranja. Para atizar el fuego, Reinaldo sopla a través de una manguera, solución que encontró ante problemas con la distribución de bombonas de gas para cocinar.
Cada rudimentaria estufa soporta el peso de una olla mediana.
Como instructor de scouts, Reinaldo ha compartido por años técnicas para hacer fuego durante excursiones en la montaña, pero aplicar en casa enseñanzas de supervivencia es nuevo para la familia, que integra junto a su esposa, sus dos hijos y sus ancianos padres.
“Es un trabajo en equipo que hacemos todos para poder comer”, explica Reinaldo, quien viste una camiseta con la frase “Scouts región Táchira” y muestra orgulloso su amplia colección de insignias.
Aplica la disciplina scout para asignar tareas familiares, que incluyen buscar agua, con baldes, desde una toma callejera a unos 300 metros de su vivienda, donde el servicio es intermitente.
Esta vez preparan sopa de pollo y arroz con vegetales.
– Como en un campamento –
Su padre, Héctor, en silla de ruedas tras perder una pierna por la diabetes, compara las restricciones que impone la crisis venezolana con las limitaciones propias de un campamento scout.
“Tenemos que cocinar con fogón, comer lo que consigamos, como en un campamento”, dice este hombre de 80 años.
Su madre, Moraima, maestra de tareas dirigidas de 60 años, afirma que “con la cuarentena todo empeoró”, incluso con apagones que superan 12 horas diarias.
“No somos los únicos, nuestros vecinos también salen a recolectar troncos”, cuenta Moraima, cuyos ingresos cayeron por la imposibilidad de recibir alumnos en casa por la cuarentena declarada hace dos meses.
Ambos con padecimientos crónicos, toman sus medicamentos un día sí y otro no para hacerlos durar más. Con su casa a menos de una hora de Colombia, antes de la pandemia cruzaban la frontera a buscar alimentos y fármacos.
Moraima se siente agobiada, además, por nubes de mosquitos que invaden su vivienda con cada apagón.
“La cuarentena ha sido terrible”, sentencia.
AFP