Cuando Hugo Chávez asumió la presidentica de la República el 2 de febrero de 1999, una de las primeras cosas que hizo fue incorporar activamente a oficiales de la Fuerza Armada Nacional en la dirección y ejecución de ambiciosos programas sociales y de construcción, siendo los primeros de ellos el Plan Bolívar 2000 y el Fondo Único Social, orientado a la realización de obras en hospitales y escuelas para lo cual encargó al General Víctor Cruz Weffer y a un grupo numeroso de oficiales. Esa experiencia fue traumática al propagarse la corrupción. Chávez tenía profunda desconfianza en los civiles y por esos recurrió a sus colegas.
Con el transcurso del tiempo, los oficiales ahora en funciones en la Administración Pública tuvieron especial predilección por tres posiciones; la gestión del control de cambios, la cartera de finanzas y el ministerio con competencia en la alimentación. El servicio a la patria estaba en vuelto con papel del Dios Dinero. Eso permitió que el General Manuel Barroso despachara desde Cadivi, tal vez el mayor foco de corrupción desde los años que corrieron entre 2003 y 2015. Doce años de saqueo a punta de empresas de maletín. Recordemos que Cadivi y Cencoex distribuyeron más de US$ 200.000 millones en divisas preferenciales en aquel lapso
Otra presa muy gustosa fue el Ministerio de Finanzas y sus entes tales como la Tesorería Nacional y la Dirección de Crédito Público. Con la primera se controlaba la asignación de los depósitos del Gobierno en el sistema bancario y con la segunda la colocación de deuda pública, tanto interna como externa, en un país donde entre 2007 y 2014 hubo un verdadero festival de emisión de deuda. Allí aparecieron dos figuras muy vinculadas a Chávez, los tenientes de la FAN, Rafael Isea y Alejandro Andrade. Fue tal el escándalo que tuvieron que prescindir de ellos luego que se hizo manifiesto el latrocinio.
El Ministerio de Alimentación tuvo dos personajes emblemáticos, los Generales Carlos Osorio, hombre polifacético debido a que ocupó varios cargos ministeriales y Rodolfo Marco Torres. La estampa del testaferro adquirió dimensiones épicas. Cuñados, tíos y otros parientes se encargaron de crear empresas fantasmas para comprar alimentos a raudales y con sobre precios en Brasil y Argentina, aprovechando la complicidad de Lula da Silva y Néstor y Cristina Kirchner. La Asamblea Nacional en 2016 encontró elementos para declarar la responsabilidad administrativa de ambos y el caso fue llevado a la Fiscalía pero el resultado fue que al diputado que investigó le abrieron un expediente en el TSJ.
La lista da para hacer una enciclopedia de la corrupción. Allí, forzosamente hay que incorporar al General Carlos Rotondaro Cova, ex presidente del Seguro Social, cuyo más importante contratista fue el Mayor William Hernández Cova, hoy flamante empresario de bodegones y del petróleo con Atina Energy Services. Los casos del Ministerio de Energía Eléctrica son prolíficos. El profesor Héctor Navarro, ministro de Chávez, se presentó voluntariamente ante la Asamblea Nacional para explicar que desde 2013 con las gestiones del Teniente Jesse Chacón y el General Luis Motta Domínguez, al frente del sector eléctrico, el robo superó los US$ 2.000 millones en adquisiciones con sobre precios, equipos pagados y no instalados, entre otras anomalías. Ahora estamos padeciendo la falta de electricidad. El tránsito del General Manuel Quevedo quien cambió la peinilla de guardia nacional por el taladro en PDVSA, dejó una doble huella: la ineptitud y la corrupción, hecho que es vox populi en el medio petrolero. Insisto, los casos dan para escribir una enciclopedia. ¿Para esto fue que dijeron que harían una revolución? ¿Para robar? ¿Hoy Venezuela está peor o mejor que en 1992 cuando la primera asonada militar? No ha habido un período donde haya florecido la corrupción como el de 1999-2020.
Mientras los dineros púbicos eran sustraídos a mansalva por parte de esos oficiales de la FAN, otros hombres de verde seguían en sus cuarteles trabajando en su profesión y vocación: servir a la patria. Porque el que se quiere enriquecer siendo militar activo, entonces que cuelgue el uniforme y se incorpore a la ruleta del mundo financiero, pero que no manche el honor de la institución. Este escrito está destinado al país civil decente y aquellos militares que no se dejaron tentar por el porcentaje corruptor, el nuevo riquismo, la ostentación y el dinero mal habido y hoy conservan el invalorable tesoro de la honestidad, en un país corrompido hasta los tuétanos.