Paola Berardi y su marido Mauro han cuidado de sus dos nietos todos los días de la semana durante la última década mientras su hija iba a trabajar en una empresa química. Cada verano, se trasladaban con los gemelos a un balneario en la costa norte de Italia.
Cuando estalló la epidemia de COVID-19 en Italia a finales de febrero, Paola, de 70 años de edad, sólo pudo ver a sus nietos de 11 a través de internet, ayudándolos con sus deberes diarios a través de la plataforma Zoom. Este mes, después de que el país empezara a salir de un rígido confinamiento de 10 semanas, la familia se reunió de nuevo, pero a Paola le preocupa el contacto físico.
Si bien el nuevo coronavirus ha resultado ser mortal para los ancianos de todo el mundo, ha asestado un golpe especialmente duro en Italia, donde los abuelos desempeñan un papel de gran importancia en el cuidado de los niños y son el centro de una red social de seguridad de vital trascendencia para la frágil economía.
Dado que Paola y otros ancianos italianos se han tenido que aislar para evitar un virus que podría matarlos, la epidemia ha comenzado a desgarrar los lazos entre los “nonni” (abuelos en italiano) y los nietos, un vínculo estrecho y económicamente beneficioso que ha definido a Italia durante generaciones.
En Italia los abuelos pasan una media de 730 horas al año cuidando de sus nietos, según una investigación para el Banco Mundial publicada en 2016 por Marco Albertini, profesor de sociología económica de la Universidad de Bolonia. Esta cifra contrasta con las 576 horas de España (otra de las más altas de Europa), 360 en Francia y 288 en Alemania.
“Hemos cuidado de nuestros nietos desde que eran pequeños”, dice Paola, antigua profesora de secundaria que vive en un tranquilo pueblo de la región de Emilia Romaña, en el norte de Italia. “Pero creo que les tendremos algo de miedo cuando empiecen a reunirse con sus amigos de nuevo.”
Su marido, Mauro, que padece de diabetes, pertenece a un grupo de riesgo especialmente elevado. Por ahora, sus nietos gemelos permanecen encerrados en el seno de la familia, pero dentro de poco harán presión para poder ver a sus compañeros de colegio. Para la madre de los niños, Valeria, que está separada de su marido, supone un gran problema. Como muchos otros italianos, depende de sus padres para cuidar de sus hijos mientras ella está en el trabajo.
Según un informe del Instituto Nacional de Estadística de Italia (ISTAT, por sus siglas en italiano) publicado en febrero, en los hogares del país donde ambos padres trabajan los abuelos eran los principales cuidadores de los niños en algo más del 60% de los casos en los que los niños tenían entre 0 y 5 años. Este porcentaje cae al 47% cuando los niños tienen entre 5 y 10 años.
A modo de comparación, una encuesta de 2015 del Pew Research Center indicaba que el 22% de los abuelos en Estados Unidos ayudaban con frecuencia en el cuidado de los niños. Un informe de 2014 del King’s College de Londres mostraba que sólo el 17% de los abuelos británicos proporcionaba a sus nietos al menos 10 horas a la semana.
“ESTE SISTEMA ESTÁ EN CRISIS”
Las razones por las que los abuelos son tan importantes en Italia son en parte culturales, dice Alessandro Rosina, profesor de Demografía Y Estadísticas Sociales de la Universidad Católica de Milán. La familia ha sido durante mucho tiempo el sostén de la sociedad católica del sur de Europa, que ha rechazado la naturaleza individualista de los países protestantes del norte y del mundo anglosajón.
También hay razones económicas. Italia tiene un ejército de personas mayores que pudieron jubilarse anticipadamente en décadas pasadas gracias a unos planes de pensiones generosos, dejándolos libres para pasar más tiempo con sus nietos. Los Gobiernos se han aprovechado de ello, confiando en las redes familiares en lugar de crear un servicio público de guarderías infantiles.
Según los últimos datos del ISTAT, las guarderías del país sólo tenían plazas para una cuarta parte de todos los niños de entre 0 y 3 años de edad. De dichos centros, solo la mitad son financiados por el Estado y, por lo tanto, ofrecen tarifas con un techo legal.
“En el sur de Europa, la ayuda recíproca es un valor importante, por razones emocionales y materiales. Los jóvenes se van de casa más tarde que sus contemporáneos del norte de Europa. Viven cerca de sus padres, por lo que éstos pueden ayudar en la crianza de los hijos y luego ellos, a su vez, se ocupan de los padres ancianos. Debido al coronavirus, ahora este sistema está en crisis”, dice Rosina.
El sistema de ayuda familiar ya estaba en crisis antes del coronavirus. La edad de jubilación ha ido aumentando constantemente en Italia durante las últimas tres décadas y los días en que las mujeres del sector público podían cobrar una pensión incluso antes de cumplir los 40 años ya han pasado. La edad normal de jubilación es ahora de 67 años tanto para hombres como para mujeres, limitando el tiempo que los “nonni” pueden dedicar a ayudar a la familia.
Independientemente de las preocupaciones por el virus, esto significa que hay más padres que ya tienen que depender de las guarderías, lo que supone una carga para sus finanzas. Las guarderías estatales cuestan de media entre 200 y 500 euros (218 a 545 dólares) al mes por niño. Los centros privados pueden costar fácilmente el doble, un gran desembolso en un país donde el salario bruto anual medio es de 21.600 euros.
Con las escuelas cerradas al menos hasta septiembre debido a la amenaza del coronavirus y las redes familiares en peligro, el Gobierno ha decidido intervenir, prometiendo un bono único de 1.200 euros para pagar los servicios de cuidados de los niños y ofreciendo 30 días de baja parental anual para dar más flexibilidad a madres y padres.
Sin embargo, estas medidas no llenarán el posible hueco dejado por los abuelos si persiste el temor al contagio.
Laura Solaro y su marido, que viven y trabajan en Milán, han mantenido a su hijo Niccolò alejado de sus abuelos durante dos meses. “Sentí que no podía ponerlos en riesgo por mis necesidades organizativas”, dice.
Sin embargo, no sabe cómo se las arreglará en el futuro, ya que su trabajo como abogada le exige cada vez más tiempo. “Es una verdadera pesadilla”, dice.
PRUEBAS
Alrededor del 95% de las 32.700 personas que han muerto de la enfermedad hasta ahora en Italia tenían 60 años o más, según el Instituto Nacional de Salud del país, lo que subraya la enorme vulnerabilidad de los ancianos.
Los niños parecen infectarse menos que los adultos y la mayoría de los que lo hacen muestran síntomas leves, a lo sumo. Pero su papel en la propagación de la enfermedad sigue siendo objeto de debate.
Una reciente investigación de focos de COVID-19 en familias detectó que los niños fueron la fuente inicial de la infección en menos del 10% de los casos. El estudio, desarrollado por la Universidad de Queensland y publicado en la plataforma SSRN en abril, ha sido presentado a la revista médica The Lancet pero aún no ha sido revisado por pares.
En ausencia de certezas, y mientras el mundo espera una vacuna, algunas familias creen que los avances en los test diagnósticos pueden darles mayor tranquilidad.
Cuando Italia impuso el confinamiento en marzo, la hija y la nieta de Gianni Reffo se mudaron con él y su esposa Valentina. De esa manera la madre, Rossella, podía seguir trabajando mientras cuidaban a la niña de 9 años.
Rossella y su hija han regresado a su propia casa y por ello Reffo, físico nuclear jubilado, y su esposa han decidido ver a la pareja sólo en su jardín en lugar de en espacios cerrados para limitar la posibilidad de infección.
Los planes para las vacaciones familiares anuales en la isla mediterránea de Cerdeña están en suspenso. Reffo tiene puestas sus esperanzas en el rápido desarrollo de las pruebas de saliva, que según los investigadores pueden hacerse en casa y proporcionar resultados en una hora, mucho más rápido que los invasivos hisopos nasales que se utilizan actualmente.
“Esto nos permitiría ir a Cerdeña con el niño”, dice Reffo. “De hecho, creo que esto permitiría a todos los abuelos respirar más fácilmente. Cuesta poco, no asusta a los niños y es rápido.”
Aunque Paola y Mauro Berardi son plenamente conscientes de los riesgos de infección, han decidido dejar entrar a los gemelos en su casa durante unas horas cada tarde.
“Mi hija quería mantenernos a salvo y no enviar a los niños, pero le era imposible trabajar con ellos todo el día en casa. Teníamos que ayudarla”, dice Paola. Reuters