Pablo Neruda y su oscura confesión: Dentro de su autobiografía revela haber cometido violación

Pablo Neruda y su oscura confesión: Dentro de su autobiografía revela haber cometido violación

Pablo Neruda con Matilde Urrutia en 1971 tras ganar el Premio Nobel de Literatura – ABC

 

 

«Confieso que he vivido» es la famosa autobiografía en la que Pablo Neruda habla principalmente de las maravillosas cosas que le ocurrieron. El libro es tan entretenido que la mayoría de sus lectores pasó por alto un hecho muy grave: el poeta también confesó que había violado.





No estamos diciendo que el poeta más universal del siglo XX haya sido un violador. Pero tampoco podemos ocultar lo que él mismo aceptó: que violó a una joven cuando fue cónsul en Colombo, capital del país al sur de la India que antes se llamaba Ceylán y ahora es conocido como Sri Lanka.

Abusó de una joven perteneciente al eslabón más débil del sistema de castas hindú, el de los parias. Hablamos de personas que no pertenecen a ninguna casta y que solo tienen permitido hacer trabajos penosos como limpiar excremento o cargar ladrillos. Los parias son las personas más vulnerables a delitos como asesinatos y violaciones en toda la región de la India, Sri Lanka y Bangladesh.

A continuación, un fragmento de la confesión

“Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba. Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.

Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa.

Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado.

Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.

Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia“.

Fragmento de “Confieso que he vivido”. // Con información de Nalgas y Libros