El tema migratorio es motivo de controversias y efectos geopolíticos relevantes, amén de frecuentes casos de xenofobia y de nacionalismos en diversas regiones del planeta. De una parte, las guerras en el Medio Oriente, especialmente en Siria e Irak, han generado una enorme presión migratoria hacia Turquía, los Balcanes y Europa. Solo Siria registra 6,7 millones de migrantes, la cifra más alta globalmente vista en tiempos recientes. Los migrantes africanos hacia Europa cruzan diariamente el Mediterráneo sin temor a los numerosos naufragios y muertes, movidos literalmente por el hambre. Otra corriente migratoria relevante ha sido la de Afganistán a Irán y Pakistán, con 5,2 millones de personas, dada la violencia talibán en ese país. En las Américas, las mayores corrientes migratorias son de México y países centroamericanos hacia Estados Unidos, fuertemente combatida en años recientes, lo que lleva a que en ese país haya 57 millones de habitantes de latinos, de los cuales el 63% de origen mexicano y 3,5 millones de centroamericanos.
Los refugiados sirios han huido principalmente a Turquía (3 millones), Líbano (un millón), Jordania, Irak, Egipto y Grecia. Esto hace que Turquía, en cuatro años, se haya convertido en el país con mayor número de refugiados en el mundo. En África, Sudán del Sur registra el mayor número de emigrantes, en un número de 1.5 millones. La República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Burundi también generan un elevado número de refugiados hacia países como Camerún, Uganda y Tanzania; y en el sudeste asiático Asia, el maltratado grupo étnico de los Rohingyá es causante de importantes desplazamientos hacia países como Bangladesh e Indonesia. Desde luego que es India, muy próximamente el país más poblado de la tierra, el que tiene un mayor número de emigrantes repartidos en el mundo, 17.510.931 en 2019, principalmente a los Emiratos Árabes Unidos (20%), Estados Unidos (15%) y Arabia Saudita (14%).
En años pasados fue importante la migración de colombianos hacia Venezuela, cuando era el país de oportunidades (hubo más de 4 millones), una elevada colonia europea de cerca de 2 millones (españoles, italianos y portugueses), y en general de latinoamericanos, la cual dejó una importante huella. Pero en los últimos años se invirtió el flujo migratorio, y los venezolanos migrantes ya superan los 5 millones de personas, principalmente a Colombia (1,8 M), Ecuador (350.000), Perú (700.000), Chile (400.000), Estados Unidos (400.000), España (400.000), Brasil (170.000), y Argentina (150.000). Es el mayor número de migrantes de que se tenga registro en países latinoamericanos, excluyendo México, y el más alto de la historia de Venezuela, cuyos habitantes jamás emigraron en el pasado, pero ahora se han visto forzados a huir, por razones de supervivencia, violencia y privación de libertades.
Según cifras de la OCDE, solo entre 2010 y 2015, un 0,5% de los habitantes del mundo (37 millones de personas), abandonaron su país para instalarse en otro. Por su parte, los datos de la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR) muestran que en 2019 había 71 millones de desplazados en el planeta, por razones de violencia o persecución. Los flujos hacia países avanzados (OCDE) llegaron a 5,3 millones de nuevos inmigrantes en 2019, de los cuales no todos respondieron a conflictos, pues un porcentaje, aunque menor, obedeció al mayor grado de movilidad de profesionales o trabajadores, en un mundo más global e interdependiente.
En el año 2000, la ONU estableció el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, con el objetivo de concientizar sobre el derecho a la movilidad humana y garantizar la dignidad de quienes abandonan sus lugares de origen. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2019 había 258 millones de migrantes en el mundo, casi el doble que en el año 2000, de los cuales 80 millones residían en Asia, 78 millones en Europa, 58 millones en Norteamérica, 25 millones en África, 10 millones en América Latina y Caribe, y 8 millones en Oceanía. Pero si se incluyen los desplazamientos al interior de los países, la afectación supera los 740 millones de personas a nivel mundial. Los migrantes en el mundo generaron en 2019 remesas a sus países de origen, en la impresionante cifra de US$ 554.000 millones.
El caso de los refugiados es preocupante. Según ACNUR, en 2019, de los 71 millones desplazados, 25 millones se encontraban en condición de refugiados o asilados, la cifra global más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Y si se cuentan estudiantes, trabajadores temporales y desplazados internos, la cifra de quienes han dejado atrás su lugar de nacimiento para huir de la violencia, los conflictos, la inseguridad alimentaria, las emergencias o las consecuencias del cambio climático, alcanza a los mil millones de personas. Hay también millones de apátridas, a quienes se les niega una nacionalidad y derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento.
En septiembre de 2015, la ONU adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y la erradicación de la pobreza, incluyendo a los refugiados, desplazados y migrantes. En dicha agenda, los Estados Miembros reconocen que la migración internacional requiere respuestas coherentes e integrales, comprometiéndose a garantizar una migración segura y ordenada, que implique el respeto de los derechos humanos de los migrantes, independientemente de su estatus migratorio. Ello es indispensable ante la gravedad de las cifras mostradas, como lo es también el apoyo que los países más ricos otorguen para generar mejores condiciones socioeconómicas en los países de origen, muchos de ellos excolonias, y así frenar esos crecientes flujos migratorios. En otros casos, es necesario apoyar la generación de cambios o condiciones políticas más favorables en países que viven en conflicto, entre ellos en Venezuela, donde la única forma de revertir la fuerte emigración es un cambio en el sistema depredador y represivo que rige al país. Igual consideración sería válida para países como Siria, Myanmar o Sudán del Sur, entre otros.
Por último, es de destacar que la población mundial envejece, y que la migración bien conducida contribuye positivamente con mano de obra necesaria o con conocimientos a los países maduros, en los cuales la demografía es decreciente. Basta considerar a manera de ejemplo el caso de Alemania, país donde según cifras del servicio de estadísticas de la Unión Europea (Eurostat), se prevé que la población actual, de 81 millones de habitantes, aún con el aporte de la inmigración decrecerá a 65 millones en 2080, en tanto que en la mayoría de las naciones europeas la población no aumentará hacia las próximas décadas, provocando desajustes culturales y demográficos de significativa importancia.