Desde que perdió la vista, para Jetro Gonese sus dedos son sus ojos. “El tacto nos permite identificar la mayoría de las cosas. La textura de las superficies, la piel, las manos… Es una parte esencial de nuestras vidas”.
La prohibición de mantener contacto físico impuesta por la pandemia de coronavirus ha trastornado por completo el día a día a de este inmigrante zimbabuense afincado en Johannesburgo.
Desde que Sudáfrica estableció el confinamiento sanitario a finales de marzo, Jetro Gonese, de 60 años, dejó de transitar las calles donde mendigaba para encerrarse en un inmueble poblado de inmigrantes discapacitados. En esta vivienda comparte una habitación con otro invidente.
“Estrechar manos o tocar cosas se ha vuelto peligroso por el riesgo de contraer la enfermedad”, constata, “como tenemos miedo de tocar, la comunicación es difícil para nosotros”.
Más adelante en el pasillo lleno de grafitis del mismo edificio, viven Enok Mukanhairi, su esposa Angeline Tazira y sus cuatro hijos.
La pareja se formó en una escuela para ciegos de la ciudad zimbabuense de Masvingo (sur), antes de que la catastrófica crisis económica que afecta a su país y la esperanza de una vida mejor les obligara a emprender el camino hacia Sudáfrica en 2007.
Con el levantamiento progresivo del confinamiento, Enok Mukanhairi, de 57 años, salió de su edificio la semana pasada para volver a mendigar en la calle.
Su primera salida se convirtió en un calvario. “Es difícil oír la voz de quienes llevan mascarilla”, afirma el invidente. “El tono de las voces al que estamos acostumbrados cambia. Esto nos impide identificar rápidamente a las personas”.
Igualmente, observa, ahora los conductores son menos proclives que antes a bajar la ventanilla del coche en los semáforos para dar una moneda. Y los que osan, lo hacen sin mediar palabra.
– “Miedo a salir” –
“La gente ya no se siente libre de hablar como antes”, lamenta el zimbabuense. “Tengo mucho miedo de contagiarme de coronavirus”, añade, “aunque menos que de no tener para comer”.
Su esposa Angeline asiente, con la mirada perdida, mientras teje una bufanda blanca.
Ella misma no se atreve a volver a salir para pedir en la calle. “Antes, era más sencillo”, señala.
Siwachi Mavhaire, igualmente oriundo de Zimbabue, ha vivido durante mucho tiempo entre ciegos, en el mismo edificio de la ciudad más grande de Sudáfrica.
Voluntario en el Foro de la Diáspora Africana, una oenegé que ayuda a los inmigrantes, asiste a las personas invidentes durante la crisis sanitaria.
“Su situación es realmente diferente”, apunta. “Yo, incluso confinado, puedo salir y volver […] ellos están obligados a respetar el confinamiento más que el resto”.
Jetro Gonese aprovecha las semanas de confinamiento para empezar a redactar sus memorias.
Día tras día, ha grabado en el papel de su máquina de escribir en braille los grandes momentos de su existencia.
Desde el sarampión que le dejó sin vista con solo dos años, pasando por su carrera de profesor para niños invidentes, hasta su vida de mendigo a su llegada a Sudáfrica, donde las autoridades nunca reconocieron su cualificación profesional.
“Mi idea es crear una historia corta de mi vida”, dice. “Lo que recuerdo desde mi nacimiento, mis comienzos en la escuela, mi llegada a Sudáfrica. Algunas líneas que podría recoger en un corto volumen”.
AFP