“Los dioses ciegan a quienes quieren perder”
Grafiti en una calle de Santiago de Chile, 1988
El régimen arrecia en su siembra del miedo. Es bien sabido que éste, junto con la propaganda y la vigilancia, conforman la urdimbre del castrismo entronizado que nos rige. Pero de los tres componentes, es en el miedo donde su torvo cerebro confecciona más elaborada y aviesamente sus acciones. Han demostrado que cuentan con mentes profesionales, competentes, que maquinan sobre los resortes psico-sociales del colectivo, conocedores de que no existe otra pulsión tan fuerte como el miedo para robarnos la capacidad de razonar y actuar.
La imagen-objetivo del amedrentamiento es llevar a la dictadura a las alturas míticas de un poder inexpugnable. Lograr que la oposición democrática admita, hasta el convencimiento, la castración de sus propias fuerzas y de las opciones de lucha para enfrentarla. Es la calculada siembra de incertidumbre, de sombras, para que, como en el mito de la Caverna de Platón, creamos que todas esas sombras son reales.
Las crónicas diarias dan cuenta de que toda instancia de nuestra vida pública es propicia para infundir miedo, pero con prioridad, es usado como ablandador de la voluntad para desorientarnos, dividirnos y ahuyentarnos de las mesas electorales.
No obstante, la dictadura también sufre de aprensión. La espanta la posible unidad de las fuerzas democráticas. Lee que Datanálisis cifra en 13% la suma de venezolanos que la apoyan. No se confía en ese clisé de “Dictadura no sale con votos” inoculado por ella misma en la cabeza de muchos opositores. En 2015 sorbió el trago amargo de la mayoría unida. ¿Las condiciones electorales hoy son peores? Es cierto. También es cierto que hoy la dictadura es un paria, sin promesas, sin pueblo, sin petrodólares, sin crédito, aislada.
Unida, nuestra fuerza democrática sería por definición invencible. Sin miedo para votar. O para lo que fuere…