Pese a los escamoteos del régimen y a esa sensación cotidiana de catástrofe, no podemos perder las perspectivas. Debemos acoplar la fe a nuestras acciones. Somos un pueblo de Dios azotado por una gran prueba de desafueros, que parecen interminables.
Ahora somos también un santuario. Pero lamentablemente no uno rodeado de velas encendidas, oraciones justas y prédicas optimistas. El Departamento de Estado de los EE. UU. ha emitido un nuevo informe, calificando a nuestro territorio como un “santuario para el terrorismo”.
No solo los argumentos norteamericanos estiman que Venezuela es una amenaza para la seguridad regional, sino también es un paraíso para actividades de organizaciones terroristas.
Esta consideración la sustentan, por existir áreas físicas donde los terroristas pueden organizar, planificar, recaudar fondos, comunicarse, reclutar, entrenar, transitar y operar con relativa comodidad.
Pero la declaración posterior del diputado Carlos Paparoni, efectuada a un medio internacional, permite inferir, sin silabear pretextos, que este informe tiene un asidero terrible: “el régimen ha nacionalizado a más de diez mil personas desde 2010, nacidas en Siria, Libia e Irán”.
Washington ha dicho en reiteradas ocasiones que, no solo el ELN tiene lecho en zonas específicas, sino el Hezbolá y otros movimientos subversivos de cuidado. Todo es posible. Una congregación del mal, haciendo de las suyas. La autopista de las irregularidades. Donde efectivos pueden patear con soltura a una abogada, solo por no dejarse matraquear.
Escuché recientemente a un sacerdote dar en el clavo espiritual. Su genialidad al definir la forma de salvación me hizo pensar mucho en el futuro del país: “el problema no es salvarnos de la pesada cruz, sino hacerlo dentro de ella”. Que esta enigmática prueba nacional tiene su razón, para crear las bases para todo el privilegio venidero. El infortunio necesario para generar la prosperidad próxima. La restauración y creación de los cimientos de una gran nación.
No sé si es una casualidad incompatible. Pero recientemente José Gregorio Hernández contó con una atención merecida. Fue beatificado después de 70 años de espera. El Vaticano dio la venia, como un signo de buenos augurios para los venezolanos. Hablamos más de él, analizamos sus palabras cautivas, sus pruebas prodigiosas y ese legado valioso para todas las generaciones. Un médico que nació para atender a los pobres y para tener una vida santa.
Estamos en la víspera de un nuevo santo para un país en adversidades intensas. Un signo para no extraviar la esperanza. No solo es un santuario del mal, con sus erosiones sistemáticas y su modo turbio de ir en contra de la paz. Venezuela tiene también todo para recobrar su entendimiento, abotagarse de confianza y empezar algo grandioso. Saldremos de este percance históricos. Lo haremos con la conciencia en forma.
No se requieren de visiones extraordinarias para comprender el futuro. Tarde o temprano pagarán los culpables. Estarán sometidos a sus propios delirios y atormentados por sus fantasmas particulares. Los injustos vaciarán sus bolsillos. Pagarán por su insensatez. Se traicionarán entre ellos mismos, poco antes de la caída.
Nuestra nación es un santuario. No solo de terroristas inquietantes, sino de fastuosas posibilidades. El mal saldrá pronto. Tiene sus días contados. Pero la reconstrucción solo será posible, uniendo convicciones y relegando las discrepancias. Siempre nos ha sentado mejor la sonrisa, que el abatimiento. Es el momento para no perder esa fuerza mayor que nos impulsa a no creer en imposibles. Estamos a pocos pasos de la libertad.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Ex director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571