Son numerosos los casos de putrefacción ética que permean en lo que queda del Estado, bajo el Socialismo del Siglo XXI. Por lo general, algo obvio, nos referimos a las grandes operaciones del narcotráfico, el terrorismo, el lavado de capitales, la quiebra deliberada de las que antes fueron las grandes empresas, como PDVSA. Pero el análisis de las características del Estado fallido olvida aquellas dinámicas que se dan en los niveles más elementales. Hay microprocesos significativos e ilustrativos de las tendencias predominantes.
La extorsión es el elemento primario de los funcionarios que tratan de sobrevivir siguiendo el ejemplo de sus jerarcas. Por ejemplo, alguien que denuncie un hurto o un robo significativo a la policía, pone a muchos capitostes en estado de alerta. El policía corrupto averigua los bienes con los que cuenta el denunciante para enredar el asunto y si da con el victimario también busca chantajearlo. La víctima que acude a la autoridades, corre el riesgo de la más absoluta desprotección ante el denunciado y, a veces, es objeto de un secuestro de los propios agentes policiales. U otro ejemplo, comienza la pesquisa de los muchachos que protestaron o protestan al régimen para detenerlos. Bajo amenaza de muerte: por unos cuantos dólares, le prometen presentarlos a los tribunales y, divisas adicionales, obtener la libertad condicionada. Esto ocurre cada día, cuando el técnico de la CANTV o el de otros servicios, repara la línea telefónica por un bono adicional del usuario impotente. Por supuesto, además de las lluvias, es negocio dañar las líneas disponibles, aún más de los locales comercales.