Algo, y mucho, tiene que hacer. Porque una fuerza mayoritaria como esa, ante una coyuntura tan delicada como la que sufre ahora el país, no puede permanecer impávida, de brazos cruzados, muda y sorda, dejándose arrebatar la iniciativa por unos opositores de mentira, buscadores de escaños en la venidera Asamblea Nacional. Ya han demostrado de manera fehaciente que su propósito no es luchar para salir del actual régimen. Lo de ellos es más simple: sustituir a la auténtica oposición, esa que integran los partidos políticos más importantes del país y que lidera Guaidó, con un amplio respaldo en el plano internacional. Buscan sustituirla, sí, pero para ser una leal oposición al madurismo. Simplemente eso.
Porque esa sustitución, por supuesto, sólo sería para aparecer como una fuerza opuesta al régimen en apariencia, pero sin estorbarlo en lo más mínimo, ni para procurar un verdadero cambio en un país colapsado y destruido por los efectos de más de 20 años de chavomadurismo. Sería en todo caso, una oposición decorativa y en la precisa medida que la quiere el régimen, es decir, complaciente y favorecedora de la falsa impresión de Venezuela como una “democracia”, algo que también quiere lograr el madurismo.
Ahora bien, por todas estas razones la verdadera oposición no puede equivocarse a la hora de decidir y actuar frente a un hecho aparentemente cumplible, como lo serían las supuestas elecciones para escoger la Asamblea Nacional, que deberían realizarse a finales de año.
Ya se sabe en qué condiciones podrían realizarse si no hay –y parece que no los habrá– cambios de fondo y de buena fe por parte de quienes fungen de árbitros electorales. Tendrían que producirse cambios radicales –lo que tampoco sucederá– para desarticular sus desprestigiados procedimientos, contaminados por el fraude, su clara tendencia a favorecer al régimen y su falta de transparencia. Y todo ello sin dejar de lado su falla de origen, pues se trata de un CNE inconstitucional, nombrado a su vez por una inconstitucional “Sala Constitucional”, etc., etcétera. Son demasiados hechos incontrovertibles, pero lo cierto es que allí está una propuesta y es menester pronunciarse frente a ella.
Por de pronto, la verdadera oposición está obligada a seguir exigiendo mejores condiciones para participar, como lo ha venido haciendo. Por cierto, se trata condiciones ordinarias en cualquier país con un sistema electoral decente (registro electoral confiable y auditado, que incluya a los que han tenido que emigrar y a los nuevos electores; que el voto sea ejercido libremente, sin coacciones o intimidaciones; sin inhabilitaciones, enjuiciamientos y prisión de los dirigentes políticos y restablecimiento pleno de sus derechos a la participación política; participación plena de todos los partidos políticos; participación equitativa y sin ventajismo del régimen; verificación y auditoria de todo el sistema electoral; observación internacional, Plan República sin abusos ni parcialidad alguna, etc.).
¿Es mucho pedir? Creo que es lo menos que se puede exigir para participar en igualdad de condiciones y garantizar que el voto sea respetado. Negar estas condiciones sólo serviría para continuar desprestigiando el sistema electoral venezolano, aunque al parecer eso no es precisamente algo que preocupe al régimen.
En paralelo, la verdadera oposición debe reunificarse para decidir su estrategia y plantearse metas claras y efectivas de lucha, movilizando a la gente y profundizando su penetración en todos los estratos de la comunidad venezolana. Por lo tanto, debe dejar de lado las divergencias internas, que ahora parecen aflorar de manera absurda. Hay que dejar de lado también todo tipo de fantasías tropicales, como esa de una Asamblea Nacional en el exilio, que podría resolver el problema de algunos, pero que de ninguna manera se compadece con una lucha que hay que dar aquí y ahora.
Pretender trasladar al exilio la lucha contra el régimen es una futilidad que no puede estar en los planes de un liderazgo opositor serio y comprometido con el país, dicho sea con todo respeto por quienes han sido obligados a exiliarse. Pero la lucha debe ser aquí y hay que aprovechar cualquier rendija que se abra para introducirse por allí en función de sustituir al actual régimen.
En todo caso, la verdadera oposición está obligada a definir la lucha, sin dejarse ganar por la apatía, la nadería o la inmovilidad. Está llamada a luchar, no a seguirse mirando el ombligo. Está obligada a actuar en lugar de cruzarse de brazos. Está constreñida por los hechos a trazar una ruta, electoral o no –eso habría que definirlo ya–, pero de ninguna manera puede quedarse en una inacción lastimosa, estéril y frustrante.
Hay que decidir y actuar ya, insisto. El tiempo se agota y hay que aprovecharlo a plenitud.