Nada extraordinaria fue la declaración de Vladimir Padrino López a favor de la usurpación que ha respaldado, en abierta traición al juramento militar que una lejana vez profirió en defensa de la Constitución. Hubo quienes se rasgaron las vestiduras, como si fuese la primera vez que emite unas palabras tan sacrílegas. Cundió el comentario por todos los resquicios digitales de los militarólogos de ocasión. Pero – fácil – pasaron por alto que Iris Varela esté entrenando (o diga entrenar) a los presos comunes para defender esta gran estafa histórica que mientan revolución, dejando fotografiar y videograbar a varios de ellos en una faena supuestamente marcial. Jamás la institución castrense hubiese tolerado tamaña osadía de la comandante de los barrotes grises.
Por ahora, el caso no estriba en la deformación de la vida castrense hasta llegar a la caricatura de Padrino y de Varela, sino en el poder de disposición absoluta sobre el cuerpo y el espíritu de los presos comunes, ahora conocidos por un eufemismo: privados de libertad. Para los socialistas no existe el derecho ni el régimen penitenciarios, porque ellos pueden hacer (así lo juran) con la persona del preso lo que les venga en gana, cambiarlo de lugar (así quede a miles de kilómetros de la familia que pudiera asistirlo), ponerlo a la orden de los cabecillas de las cárceles o mandarlo de carne de cañón para cualquier pleito, escaramuza o guerra, realizar trabajos domésticos según la destreza y gratuitamente en la casa de habitación u oficinas de algún mafioso del régimen, y hasta amancebarse según el deseo perverso del mediano o alto funcionario que se antoja. Fuere común o, con mayor razón, político el motivo de aprehensión, hay un perfecto “derecho” a negar el paradero o ni siquiera responder a quien lo pregunte (¿qué periodista se atreve a formularla?), jamás garantizar la vida del reo (por muy poco que sea el metro cuadrado al que se le reduce), a gasearlo y asesinarlo detrás de barrotes.
Entonces, viene Padrino López la sandez de siempre y todos se meten a una discusión a la que novedad alguna aportan, diciendo absolutamente nada en torno a la suerte del preso común que, en contra de su voluntad, lo ponen a hacer todo lo peor que se les ocurra. Recuerdo tanto la frontera tachirense con Colombia, año y tanto atrás, cuando acudimos los parlamentarios para facilitar a entrada de la ayuda humanitaria, y la inmensa represión madurista y del protector (Freddy Bernal) que utilizó a los más agresivos presos comunes o corrientes para frenar a la dirigencia y a la ciudadanía opositora. Un caso para la Corte Internacional Penal, sin dudas.