Joaquín Villallobos: Cuba, el final de la utopía (Parte II)

Joaquín Villallobos: Cuba, el final de la utopía (Parte II)

El régimen cubano es el último referente moral, político e ideológico del modelo marxista, anticapitalista y antiimperialista. Luego de 61 años, está en decadencia moral, material, intelectual y generacional. La muerte de la utopía cubana marcará el derrumbe de una Iglesia que dejará en el desamparo espiritual a millones de creyentes de la religión política marxista en todo el mundo.

Muchos deben recordar al Castro de la memoria extraordinaria, capaz de hablar horas con gran fuerza argumentativa sobre los problemas del mundo, aunque siempre sin ofrecer soluciones. Su ventaja en ese debate la daba el contexto de dictaduras y la agresiva política de Estados Unidos contra su Gobierno. Cuando esto cambió, Fidel tartamudeó para responder a una periodista sobre por qué los cubanos no podían entrar a los hoteles de lujo que abrió el capitalismo en su país socialista e insultaba a gritos, como activista de calle, acusando de agentes de la CIA a los periodistas que le preguntaban por los presos políticos.

Castro no pudo reinventarse, su cabeza se quedó en los años sesenta y le costaba admitir el fracaso. En otro video le preguntan a Fidel por qué insiste en el comunismo si este ya está muerto en todo el mundo. Su respuesta fue: “Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó”. En el 2010 hizo una sorprendente declaración: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”. Cuba permitía a los millonarios como inversionistas y a los pequeñoburgueses como turistas, siempre y cuando fuesen extranjeros. Capitalismo y riqueza para los extranjeros, y socialismo y pobreza para los cubanos; de nuevo mostraba su genialidad política pariendo un ” apartheid económico”. Después, Raúl Castro dio otro paso permitiendo los llamados “cuentapropistas”. Con este paso la Revolución aceptó burgueses cubanos, siempre que fueran pequeños.





Con el tiempo las raíces religiosas de la izquierda convirtieron saber y tener en pecados capitales y rasgos sospechosos. Esto les ha impedido a los gobernantes cubanos tener una relación normal con los empresarios y los tecnócratas, los dos componentes más importantes para el desarrollo, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Para entender este conflicto puede resultar útil un verso del poeta cubano Indio Naborí. Su poema Placa en la puerta del partido fue muy popular en la izquierda para fortalecer la mística. El verso final dice así: “aquí tienes que ser/ el último en comer/ el último en dormir/ el último en tener/ y el primero en morir”. Estas ideas que rezaban los militantes para ir a la lucha son una expresión de la barrera religiosa que hay entre la izquierda y el mercado. En el pensamiento extremista, la pobreza es un valor, no un problema que debe resolverse.

Con una izquierda pobre y perseguida, resultó fácil contraponer codicia y ambición a justicia y solidaridad. Pero ¿qué ocurre en las almas izquierdistas cuando la realidad demuestra que la codicia y la ambición son más eficientes para desarrollar la economía y reducir la pobreza? ¿Qué les ocurre cuando el poder los coloca frente a las tentaciones de la sociedad de consumo?

Tienen dos caminos: entrar honestamente a la normalidad o volverse corruptos y cínicos. Castro insistía en que el centro del debate era la naturaleza del hombre y que esta era ser solidario. Utilizaba ejemplos de guerras y tragedias para demostrarlo. En realidad, este es el centro del error, porque el ser humano no es ni solidario ni egoísta por naturaleza. Como dice Martin Nowak: “La competencia y la cooperación han funcionado desde el primer momento para dar forma a la evolución de la vida en la Tierra, desde las primeras células hasta el homo sapiens. Por lo tanto, la vida no es solo una lucha por la supervivencia: también es, podría decirse, un abrazo para la supervivencia”.

Guevara decía que el revolucionario es el eslabón más alto de la especie humana y la extrema derecha piensa lo mismo de los empresarios. Ambas ideas llevan a la corrupción, la primera porque va contra la naturaleza humana y la segunda porque si todo asume tener el dinero como propósito, los policías, los jueces, los maestros necesitarán volverse corruptos para no ser especies inferiores. El estilo de vida es irrelevante, da igual si se vive con comodidades cuando esto es resultado del esfuerzo personal o si se es austero por opción personal. Existen ricos austeros y pobres que derrochan lo que no tienen. Hay en la izquierda quienes, sin sufrir retorcijones ideológicos, optaron por la corrupción. En Nicaragua, Daniel Ortega es ahora tan rico como el exdictador Somoza; los bolivarianos venezolanos son multimillonarios con cuentas de hasta miles de millones de dólares y los generales cubanos son ahora los dueños de la industria turística. Un conocido izquierdista español se disfraza de pobre en el congreso, pero usa chaqué en los eventos de la farándula; cuando era candidato cuestionaba a quienes tenían casas de 600.000 euros y terminó comprándose una del mismo precio. La primera vez que probé caviar fue con Fidel Castro –una misión iraní le dejó una dotación de regalo–, pidió vino francés de excelente calidad y me dijo que las exquisiteces no debían ser solo para los ricos. Ni el yate ni las langostas frescas en Cayo Piedra eran cultura “proletaria”. La conclusión sería que la codicia puede también ser revolucionaria.

Cuando la riqueza proviene del poder político, perder el poder es quedar en la pobreza porque no se sabe hacer otra cosa. Entonces hay que defender el poder a toda costa, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero ya no se está defendiendo el socialismo ni a los pobres, sino los privilegios personales de los dirigentes y sus familiares. La corrupción en la extrema izquierda establece una relación de amor y odio con la riqueza que deriva en una vulgar transición de revolucionarios a ladrones.

La aceptación de la economía de mercado para la izquierda tiene dos componentes fundamentales: el personal y el programático. El primero es aceptar que no es malo tener y el segundo es entender que los que saben generar riqueza son indispensables. Cuando no se comprende esto, el deseo de superación, una aspiración natural en todos los seres humanos acaba representada exclusivamente por las derechas.

La ambición humana es el motor de la generación de riqueza y crecimiento económico. Por ello, el propósito marxista de desarrollar las fuerzas productivas lo han ejecutado mejor las derechas. Las izquierdas se tomaron en serio el evangelio de san Mateo, que dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Deng Xiaoping, padre ideológico de la transición de China al capitalismo, se mofaba de quienes decían que “si un granjero tenía tres patos era socialista, pero si tenía cinco, era capitalista”. Esto ocurre en Cuba cuando el Gobierno regula el número de mesas que pueden tener los restaurantes privados. A Deng se le atribuye la más valiosa cita sobre el cambio en China: “Enriquecerse es glorioso”. Quienes venimos de la izquierda sabemos que esta idea es fundamental porque fusiona lo individual con lo programático e implica una ruptura con el voto de pobreza de la izquierda, que al igual que el celibato de los curas, genera perversiones porque va contra la naturaleza humana. La corrupción es para la izquierda marxista lo que la pedofilia es para la Iglesia católica.

No es casual que las derechas asuman en sus programas la producción y las izquierdas, la distribución. Tampoco es casual que cuando ya no hay mucho que repartir la izquierda pierda elecciones. La regla es que a mayor distancia del mercado se es más de izquierda, sin embargo, a la hora de gobernar el resultado es que a mayor distancia del mercado corresponde mayor fracaso. Los Gobiernos de extrema izquierda de Evo Morales y Daniel Ortega no se pelearon con el mercado y sus resultados económicos contrastan con los fracasos venezolano y cubano. El marxismo, en el consciente y el subconsciente de las izquierdas, genera un conflicto moral con el espíritu emprendedor. Los empresarios son definidos como enemigos o como aliados indeseables.

La izquierda necesita romper con la idea de la igualdad absoluta y aceptar la legitimidad de la ganancia, de la acumulación y de la diferencia. Los empresarios son capital humano como lo son los profesionales de alta calificación, sin estos no hay crecimiento económico. La izquierda debería tener empresarios en sus filas. La sensibilidad social y la solidaridad no son incompatibles con el espíritu emprendedor, los ricos también pueden irse al cielo. Sin duda hay empresarios que abusan de los trabajadores, pero igual hay doctores que abusan de sus pacientes y no por ello debemos quedarnos sin doctores.

Para quienes viven en el mundo normal, este debate puede parecer tonto, pero estos son los cuellos de botella ideológicos y morales que enfrenta ahora la utopía cubana. Necesitan, como me dijo Fidel, “cuestionar sus verdades” y aceptar que siempre fueron mentiras.

A raíz de la pandemia los izquierdistas dicen que viene el fin de la globalización y del neoliberalismo, alias del capitalismo. El problema es que el capitalismo es reformable, lo que no se puede reformar es el socialismo marxista cubano, como no era reformable el soviético, que se autodestruyó cuando Gorbachov intentó hacerlo. El propio Fidel Castro después de reunirse con Gorbachov me dijo que este iba a destruir a la Unión Soviética, tal como ocurrió. Stephen Kotkin habla de “autodestrucción ideológica” y usa la figura de las famosas muñecas rusas matrioska diciendo que “dentro de Gorbachov estaba Jruschov, dentro de Jruschov estaba Stalin, y dentro de Stalin estaba Lenin. Los predecesores de Gorbachov habían construido un edificio que tenía minas que provocaron su propia detonación al impulsar la reforma”.

El neoliberalismo es solo una variable del capitalismo con menos Estado y más mercado. Capitalismo es también la revolución de José Figueres en Costa Rica, el New Deal de Franklin Roosevelt, el Estado de bienestar de Suecia, Noruega y Dinamarca, y la modernización española que ejecutó Felipe González. La pandemia obliga a fortalecer el rol subsidiario del Estado en todas partes, pero el capitalismo continuará siendo el motor de la economía para generar empleos, proporcionar ingresos a los Gobiernos y reducir la pobreza. En Gran Bretaña, cuna del neoliberalismo, el Gobierno está pagando los salarios de once millones de trabajadores. Esto no es bondad, es comprensión de cómo funciona la economía. El capitalismo no va a terminar. Lo que viene es la competencia entre dos tipos de capitalismos: el liberal democrático y el capitalismo con dictadura. Cuba no está en ninguno de esos dos grupos.

China no regresará al maoísmo, Putin no va a expropiar a los oligarcas rusos y Vietnam no renunciará a los progresos que ha logrado. En estos tres símbolos de utopías fallidas, “enriquecerse ha sido glorioso”. La colección de whisky más cara del planeta, valuada en 14 millones de dólares, pertenece a un millonario vietnamita que vive en la ciudad Ho Chi Minh. En las calles donde antes caían bombas estadounidenses ahora transitan vehículos Ferrari, Aston Martin y hay tiendas de Óscar de la Renta, Louis Vuitton, Gucci, relojes Patek Phillipe y joyerías de Tiffany. La transformación capitalista de Vietnam logró que las exportaciones pasaran en los últimos veinte años de 10.000 millones a 230.000 millones de euros. En ese mismo período las exportaciones de Cuba pobremente pasaron de 1.400 millones a 2.100 millones de euros, mientras su capital se está cayendo y en sus calles circulan vehículos de hasta setenta años de antigüedad. La Habana ocupa la posición 192 en índice de calidad de vida de un total de 231 posiciones. Estados Unidos mató cinco millones de vietnamitas y destrozó el país, y ahora los estadounidenses llegan por miles como turistas y son bien recibidos. Todos los argumentos del régimen cubano sobre el embargo y las sanciones estadounidenses son nada comparados con los treinta años de guerra que sufrió Vietnam contra dos potencias.

El fracaso económico de Cuba no es culpa de Estados Unidos, sino del conflicto religioso de los comunistas cubanos con la ganancia, la creatividad, el espíritu emprendedor y el deseo de superación de sus ciudadanos.

La economía siempre ha tenido tendencia a globalizarse y, al igual que el mercado, existe desde antes que existiera el capitalismo; ambos fenómenos, mercado y globalización, son inevitables porque responden a la naturaleza humana. Quienes pelean contra las fuerzas del mercado acaban derrotados. La globalización se aceleró en las últimas décadas por el desarrollo del transporte y la revolución de las comunicaciones. Esto facilitó que los grandes capitalistas pudieran conectar sus industrias con las enormes reservas de mano de obra barata que existían en países pobres como China, India, México o Bangladesh. Un fenómeno similar de demanda y disposición de mano de obra ocurrió salvajemente en los siglos XVI, XVII y XVIII con el comercio de esclavos africanos, resultado de la conquista y colonización europea en América.

La globalización actual ha tenido, entre otras, tres consecuencias importantes: generó fortunas sin precedentes, sacó a centenares de millones de gentes de la pobreza y abarató las manufacturas llevando la sociedad de consumo a todas partes. Sin duda ha tenido consecuencias negativas ambientales, injusticias con millones de trabajadores, severa desigualdad y otras. Pero si la globalización desapareciera como dicen los izquierdistas, sería una gran catástrofe para los más pobres. Va a reacomodarse, pero no a desaparecer.

El riesgo de que aparezcan nuevos Gobiernos autoritarios resultado de la pandemia es un tema político; la democracia no es universal y podría perder terreno, pero el carácter capitalista de las economías no está en cuestión. La recesión económica generada por la pandemia provocará protestas sociales y problemas a la clase política en todas partes, incluidos China, Rusia, Gran Bretaña, Brasil, México y Estados Unidos. Pocos Gobiernos saldrán bien librados, ya sean de derecha o izquierda, pero hay que estar locos para pensar que habrá revoluciones populares comunistas en alguna parte. El capitalismo sufrirá reformas y sobrevivirá; lo que no sobrevivirá es la utopía estatista cubana y el desastre del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pueden seguir un tiempo más como muertos que caminan, pero el modelo marxista no va a resucitar y la aproximación de su final tiene consecuencias.

Después de inicios de la Revolución en 1959, Fidel Castro definió que la defensa de Cuba debía hacerse generando o expandiendo conflictos armados en Latinoamérica. La invasión de bahía de Cochinos, la expulsión de Cuba de la OEA y el predominio de dictaduras militares en casi todo el continente justificaban la lucha armada. La frase de Guevara de “crear uno, dos, tres Vietnams” era una forma de defender a Cuba. Se trata de algo militarmente básico, si te quedas encerrado en tu territorio, tu defensa será débil y tu enemigo podrá concentrar ofensivamente sus fuerzas contra tus posiciones. Para evitar esto es indispensable una defensa ofensiva que disperse, distraiga, agote y obligue a tu enemigo a combatir en un territorio más amplio.

Cuando Stalin estableció Gobiernos comunistas satélites en Europa del Este no estaba haciendo revoluciones por solidaridad con los trabajadores de estos países. Estaba ampliando la defensa territorial de la Unión Soviética. El general Vo Nguyen Giap, uno de los más brillantes estrategas de la historia, jefe de las fuerzas vietnamitas en la guerra contra franceses y estadunidenses, mantuvo una ofensiva permanente sobre Vietnam del sur con operaciones regulares e irregulares hasta alcanzar la victoria y reunificar su país.

En El Salvador, los guerrilleros aplicamos este principio con una estrategia sistemática de sabotajes y golpes de mano en las ciudades y territorios que controlaba el Gobierno. Nuestros ataques rápidos y el sabotaje obligaron a los militares a invertir mucha fuerza en protegerse y cuidar la infraestructura. Con ello, el crecimiento y la capacidad ofensiva que había logrado Estados Unidos fueron anulados, y en 1989 entramos a San Salvador.


Publicado en 14ymedio (Cuba) el 12 de julio de 2020

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