El mundo puede que esté llegando a un punto de inflexión peligroso para el liberalismo. Según los últimos informes de Freedom House, a lo largo de los últimos 15 años la porción de países no libres en el mundo ha aumentado mientras que la porción de países libres ha caído. Hoy, los déficits públicos se están disparando como respuesta a la demanda del público de intervención para mitigar el impacto económico de la pandemia del coronavirus, y algunos advierten que los líderes autoritarios están aprovechando la oportunidad para expandir su control.
Aún así, este podría ser el momento en el que el liberalismo empieza a ganar terreno, no a perderlo. Un nuevo estudio realizado por economistas del Banco Mundial, utilizando datos de 190 economías a lo largo de los últimos 15 años, encuentra que las crisis fiscales —como aquella creada por una pandemia en países alrededor del mundo— es probable que fomenten reformas liberales, particularmente en las áreas de política pública que conciernen la propiedad, la inversión y el comercio. Cómo los promotores del liberalismo actúan frente a este rayo de esperanza será crucial. Los esfuerzos posteriores a la Guerra Fría para promover la democracia liberal han decepcionado hasta la fecha. En cambio de marcar el fin de la historia, como Francis Fukuyama predijo en 1989, una estrategia de sabelotodo para promover las instituciones liberales en otros países ha engendrado un resentimiento amplio en contra de las influencias occidentales. Y aún así, esto es más complicado. Los politólogos Ivan Krastev y Stephen Holmes recientemente argumentaron que deberíamos de interpretar ese resentimiento no como un rechazo del liberalismo en sí, sino como una reacción indignada en contra de una imposición percibida.
¿Cuál es la lección que podemos aprender de esto? Los liberales deben de dejar de pensar del liberalismo como algo suyo que dar. En cambio, deberían reconocerlo como un ideal universal que tiene raíces en muchas tradiciones y culturas distintas. Es sobre estas bases que las instituciones liberales pueden construirse en lugares diversos.
Las investigaciones profundas acerca del cambio institucional respalda esto. Hay un dicho: “La gente respalda lo que ayuda a crear”. Para que las instituciones liberales se asienten en lugares nuevos, no deben ser estas meras copias de las instituciones que se desarrollaron en otro lugar. Las propias instituciones liberales democráticas de Occidente, incluyendo la división de poderes, los derechos de propiedad, la libertad de intercambio, la libertad de expresión, y la deliberación pública, son versiones idiosincrásicas de los ideales liberales, pero no son los ideales en sí mismos. Son exitosos, pero son trabajos en desarrollo. Vale la pena estudiarlos atentamente, pero no son adecuados para una especie de adaptación al estilo de las franquicias.
Esto debería provocar un desplazamiento tectónico en la estrategia de la ayuda externa para el desarrollo. Un creciente número de voces dentro de los círculos de desarrollo han estado tratando de hacer precisamente eso. Ellos promueves una agenda de “localización”, lo que implica darle un papel e influencia decreciente a los gobiernos extranjeros y a las organizaciones no-gubernamentales y una restricción de su enfoque a unas pocas áreas para las cuales están mejor preparados para ayudar, como la distribución de información y la provisión de respaldo operativo a las ONGs locales para aumentar su capacidad de liderar el cambio por sí mismas.
Con una amplia austeridad a lo largo del sector de desarrollo debido a la pandemia del coronavirus, incluyendo en instituciones importantes como Oxfam y el Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido, tal cambio radical se ha vuelto posible, quizás incluso inminente, de una manera que no nos hubiésemos imaginado hace un año. Esto podría proveer una pequeña ventana de oportunidad para reducir permanentemente la influencia indebida de forasteros en las cuestiones de desarrollo local.
Esto no es para sugerir un agnosticismo puro acerca de lo que se respalda en el extranjero. Las reformas e instituciones liberales deberían seguir siendo la prioridad. El mismo razonamiento que recomienda el federalismo y sus principios de subsidiaridad aplican de igual forma al trabajo de desarrollo en otros países: la descentralización funciona. Pero si los extranjeros continúan estando a cargo, incluso sin advertirlo, sus esfuerzos continuarán sembrando resentimiento y, más importante todavía, no lograrán atender las necesidades locales. Para tener un efecto máximo, deberíamos observar la filantropía privada por parte de la mayoría de las ONGs extranjeras que realizan donaciones. La filantropía voluntaria no gubernamental es menos proclive a las distorsiones y manipulaciones políticas de intereses especiales. Igual de importante es que la filantropía privada puede ser menos rígida acerca de los requisitos de cumplimiento predeterminados.
Dicha flexibilidad es importante. A través de la concesión de donaciones que nuestra organización ha concedido a centros de pensamiento y otras ONGs en los años recientes, hemos aprendido a mantenernos callados y escuchar. Invitamos a nuestros beneficiarios a contarnos lo que es posible, lo que es importante, cómo lo harán, y, más importante, cómo medirán de manera significativa el éxito de los proyectos que están proponiendo.
Ese modelo encaja de mejor manera con lo que sabemos acerca de la difusión de las buenas ideas y prácticas. En su estudio “Reformas regulatorias después de COVID-19”, Simeon Djankov y otros economistas del Banco Mundial también descubrieron que los países que comparten fronteras o que comercian considerablemente entre sí es más probable que adopten las reformas de sus vecinos y socios comerciales. Ellos ven con sus propios ojos los éxitos y fracasos en los países vecinos y pueden, en base a su propia iniciativa, decidir por sí mismos qué cambios realizar y de qué manera es mejor hacerlo.
El liberalismo descentralizado es una estrategia prudente para navegar estos tiempos de gran incertidumbre. En 2020, hemos visto los límites de los modelos centralizados. Desde los Centros para el Control de Enfermedades hasta el Servicio de Rentas Internas y la Administración de Alimentos y Drogas en EE.UU. y, a nivel global, de la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas, las instituciones grandes han fracasado. Esto es un claro recordatorio de que hay límites muy reales al tipo de problemas que las autoridades distantes son capaces de resolver, sin importar qué tan bien financiadas o entrenadas estén.
A principios de esta crisis, el multimillonario de Microsoft Bill Gates invirtió miles de millones de dólares en siete candidatas diferentes de vacunas de manera simultánea sabiendo que, en el mejor de los casos, una o dos de ellas podrían funcionar. Gates sabe qué gran error que sería apostarle todo a una solución única cuya efectividad no ha sido demostrada. No solo que se vuelve una apuesta considerablemente más arriesgada si elige mal, sino que también limita severamente cualquier oportunidad de aprendizaje, dado que no hay resultados alternativos con los cuales podríamos comparar.
Las economías liberales, con su presunción a favor de la toma descentralizada de decisiones, permiten una experimentación y aprendizaje de acción rápida, amplia y sin coordinación. Ese modelo se aprovecha del conocimiento y la pericia descentralizados, ciertamente, pero también integra el conocimiento disperso que el resto de nosotros poseemos acerca de nuestras circunstancias individuales. Las personas cercanas a los problemas pueden encontrar soluciones que de hecho funcionan, mucho antes que lo que podría hacerlo alguna vez una burocracia grande y distante.
Nuestro instinto cuando nos enfrentamos al miedo y a la incertidumbre es desplazar las decisiones difíciles a los expertos e insistir en una solución única y uniforme —y presumiblemente “la mejor”— a nuestros diversos problemas. Los expertos juegan papeles importante en la recopilación y diseminación del conocimiento, pero no pueden saber lo suficiente como para diseñar de manera exitosa una solución grandiosa y única para todos. Esta es la lección que hemos aprendido en nuestro intento fallido de establecer democracias liberales alrededor del mundo. En este momento de crisis, ahora tenemos una segunda oportunidad de acertar. Sigamos haciendo historia.
Matt Warner es presidente de Atlas Network y Tom G. Palmer es académico del Cato Institute y director de Cato University
Este artículo fue publicado originalmente en Foreign Policy (EE.UU.) el 13 de julio de 2020.