Tal como lo advertimos, inclusive desde la primera semana luego de que fuese decretado el estado de emergencia en Venezuela como consecuencia de la declaratoria de la pandemia que aún azota a una buena parte del planeta, todo iba a cambiar, como en efecto ha cambiado; y es que no había razón para pensar que algo desconocido, incierto, para lo cual no había una cura conocida, ni solución inmediata a la vista, fuese algo que no iba a generar un impacto de gran profundidad tan global, como global es el alcance del covid-19.
Los efectos del virus chino los vemos por doquier en nuestra vida cotidiana, en nuestra vida trascendente, en lo profundamente trastocados que están nuestros planes, cualquier proyección, cualquier posibilidad de anticipar o prever lo que tenemos frente a nosotros en el futuro inmediato; y aún cuando observamos el aparente retorno a la normalidad en alguna jurisdicciones, dicha normalidad no es ni de cerca parecida a la que se tenía antes del pasado mes de marzo; no siendo ese intento de lucir normales, más que un esfuerzo de superar la precariedad y el temor cierto a un rebrote reforzado y recargado, que está allí, acechando la fragilidad de la humanidad entera.
Transcurridos poco más de cuatro largos meses entre cuarentenas y tibios escarceos de flexibilización, podemos extraer varias lecciones muy útiles para lo que viene, pero la que es pertinente a propósito de estas líneas, es que con cada segundo que pasa, los regímenes autoritarios disfrutan como nunca la posibilidad de poder mantener encerrados y muertos de miedo como mansos corderos a sus ciudadanos, sin mayor esfuerzo que el de cultivar el temor y el terror, ya no imputable a ellos como suele ocurrir, sino a la propia naturaleza, lo cual al final de la historia es dulce música para sus propósitos, pues han encontrado el santo grial del control social, en lo cual aún sin quererlo e inconscientemente sumamos un grano de arena los ciudadanos comunes y corrientes, que con una mezcla de negligencia, imprudencia, inobservancia e ignorancia, contribuimos a que la amenaza del mal de Wuhan se manifieste tristemente en todo su esplendor causando muerte y sufrimiento.
Tomar el control en las circunstancias expuestas, supone acciones simples pero colectivas, donde todos y cada uno, sin excepción, estamos obligados a asumir una conducta responsable no solo para con nosotros mismos sino para con nuestro entorno. Que los ciudadanos tomemos control de la situación requiere que mientras no exista una vacuna que prevenga nuestro contagio, mantengamos la distancia social y por sobre todas las cosas utilicemos la mascarilla, que combinadas son las herramientas que nos permitirán hacer la diferencia entre la dominación de quienes utilizan el miedo y el terror a su favor y para su único beneficio, y la libertad de sabernos conductores de una nueva realidad y una nueva normalidad, donde si bien la peste es una verdadera amenaza, tenemos la posibilidad de mantenerla a raya para así poder retomar la operatividad social y productiva.
A estas alturas, nuestra imprudencia y consecuente inobservancia de las más elementales recomendaciones para evitar el contagio, y no el virus, son el verdadero problema, convirtiéndose así en la excusa para que los regímenes autoritarios arrecien en el control social y en la desarticulación de cualquier iniciativa que les contraríe. Por ello, tomar el control por la vía del ejercicio ciudadano de nuestras obligaciones, es la mejor opción a nuestro alcance para superar el sometimiento creado con base al temor. Superemos entonces ese miedo siendo prudentes, responsables y conscientes de que la solución hoy más que nunca está en nuestras manos.
(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana -CPFC-
castorgonzalez@gmail.com | @castorgonzalez