Juan se despierta un día cualquiera pero ese día nota algo extraño, está en un hospital. No tiene recuerdos sobre cómo llegó allí. Sorprendido, intenta levantarse y ahora nota algo mucho peor y extraño: no puede mover sus piernas ni sus brazos y así se da cuenta de que su cuerpo no responde a ninguna orden. Intenta gritar, pero las palabras no salen de su boca.
Por infobae.com
Sí puede escuchar y así entra un médico y le comenta que ha sufrido un accidente cerebrovascular, en una zona específica e infrecuente, y que padece un síndrome al cual le da un nombre en inglés “locked-in syndrome”, pero que el comprende inmediatamente: está encerrado, prisionero en su propio cuerpo.
Descubre que además de oír puede mover el párpado de uno de sus ojos y así encuentra una vía de comunicación con sus próximos, y encuentra que hasta puede comunicarse de una manera compleja, no solo con “sí” o “no”. Con la ayuda de las letras del alfabeto puestas en orden de frecuencia de uso, sus amigos, sus “ángeles de la guarda”, van señalando las letras y al el cerrar ese único párpado, saben que es la letra y la anotan.
El resto será historia, ya que Jean-Dominique Bauby, editor jefe de la prestigiosa revista francesa Elle, con un largo recorrido en la prensa escrita a pesar de sus 43 años, va dictando, a razón de dos palabras por minuto, durante largas horas diarias y durante meses, un libro que será primero un best-seller, luego una película y finalmente un clásico y una oda a la vida: La escafandra y la mariposa. Tres días posteriores a la publicación en marzo de 1997, Bauby fallece por las complicaciones, pero su legado permanece. La vida física terminó, no así el mensaje.
El infrecuente cuadro que en castellano se conoce como síndrome de encierro, o de enclaustramiento, nos replantea cómo varias áreas los diferentes estados de conciencia y percepción están alterados: el concepto de vida, sentido de la misma, existencia, pero especialmente la libertad.
Jean-Domique se encontró encerrado en su cuerpo, Ana Frank detrás de una pared, Viktor Frankl en un campo de concentración, y el personaje de Dumas, Edmond Dantés, en el fuerte-prisión de If, en el sur de Francia. En todos los casos el observador se ve interpelado respecto al sentido de la existencia cuando se cuestiona el concepto de libertad. No casualmente en esta epidemia dos autores citados refieren el mismo planteo, en uno quedándose ciego y en el otro ante la prisión que puede representar la sociedad. En todos los casos los protagonistas superan el dilema, en algún momento y de diferentes formas, de encontrar respuestas “lógicas”, y lo hacen volviendo la mirada a ellos mismos y empezando a encontrar un sentido propio, personal.
Las noticias en esta cuarentena se suceden de manera contradictoria, pasamos de las catástrofes por venir a “nuevas normalidades” sin ver unas o entender las otras. Gastamos enorme cantidad de energías intentando encontrar un sentido en ellas. Esto ocasiona un sinnúmero de situaciones de crisis existencial, de cuestionamientos, de emociones en conflicto y hasta de síntomas que pueden llegar a patologías, cuando quizás la única respuesta es que no lo tienen.
Ahora empezaremos quizás a transitar el camino a la libertad, se presentan dos cuestionamientos, el primero si consideramos al sentido de la vida como un imperativo superador a la vida misma, y otro si entendemos que eso es tarea de cada uno de nosotros y no puede depender de los condicionamientos externos.
Ahí puede empezar un fascinante camino que nos haga ir dejando una visión egocéntrica de la existencia, hacia una más resiliente e integrada con el medio, en particular, el prójimo.
Enrique De Rosa es médico psiquiatra, sexólogo y neurólogo