Conozco a Leopoldo López desde hace años, quizá desde niños. Sin embargo, nuestra amistad se ha ido esculpiendo –a martillazo limpio, sí, martillazos morales y políticos que nos ha descargado la tiranía chavista– en los últimos 20 años. No olvido cuando el todavía candidato a la alcaldía de Chacao me figuraba cómo sería el municipio una vez que él ganase las elecciones (estaba convencido que lo haría).
“Aunque no lo creas –me aseguró– podrás trotar por una ampliada, arbolada y segura avenida Francisco de Miranda a las 12 de la noche, como si estuvieras en Noruega. Verás.” Cuando lo dijo, el sólo pensar hacerlo era delirante.
¿Trotar en la criminal, sucia y angosta Miranda? No jodas.
Sudar un sueño hecho realidad
Con el tiempo, cuando en efecto troté por la ampliada, arbolada y segura Miranda a las 12 de la madrugada, lo llamé: “¡Cumpliste, coño! Aquí estoy andando tu sueño.” El notorio cambio cultural y social que experimentó el municipio Chacao durante su mandato fue notable (por no decir, inaudito). Como gerente público su labor fue encomiable, sí, antes de ser preso político, antes de Ramo Verde, de twitter y tanta calamidad, Leopoldo fue un excelente gerente público que llegó a tener un 86% de aprobación, incluso superando a Chávez.
Lo recuerdo sólo para que los caga leche que hoy histéricamente lo critican sepan que el mundo existía incluso cuando ellos andaban en pañales manchados y succionando chupón. A falta de tetero sólo twitter calma sus berrinches.
Cambié de tema, retorno.
La daga afilada de la irreverencia
Entre coñazos y empujones, debates, visiones compartidas, frustraciones y grandes júbilos, hemos forjado nuestra amistad. Desde 2002, por nuestras actividades, hemos sido amenazados, golpeados y hasta baleados por colectivos, policías y militares. En el caso de Leopoldo ha sido preso y torturado; yo llevo años en el destierro. Hemos estado en el centro de la coñaza histórica contra el chavismo porque ni él ni yo somos ni seremos opinadores de tribuna, desafiamos a la dictadura con el puñal de la libertad entre los dientes. Nada de histerias por twitter, Facebook o medios digitales. Nada. Golpes políticos, desafíos, ataques reales.
A la hiena chavista se le clava el puñal luchando cuerpo a cuerpo, no a gritos en el cómodo palco de las redes sociales. Leopoldo les ha hundido varias veces la daga afilada de la irreverencia.
Por eso lo persiguen, porque ha malherido a la bestia.
Los gritones de twitter y sus cotufas
De desafiar a una tiranía de narcotraficantes, de luchar contra ella y combatirla, vienen las heridas, la prisión, la tortura y también –lo más amargo– los tristísimos lutos. Muchos de nuestros compañeros de lucha de estos años viven en el destierro, están encarcelados, han sido torturados o han muerto en esta fatal lucha. Enterrar a seres que aprecias, que han sido vilmente asesinados por chavistas es muy doloroso. De eso no entienden los gritones de twitter, que “luchan” apoltronados mientras se caen sus cotufas y se les chorrea el helado.
No es fácil combatir contra la peste chavista porque su cínica crueldad ha sido la más dañina de la historia de Las Américas. Al menos, unos hemos luchado y develado su perfidia.
Es complicado que unos cuantos acomodados nos intenten ofrecer lecciones morales o políticas desde las gradas. Imposible.
El honor de la cicatriz o la herida
Como digo antes, mi amistad con Leopoldo no ha estado exenta de grandes alegrías y desencuentros. El mayor júbilo lo obtuvimos cuando planificamos y ejecutamos la estrategia que le propinó la única derrota electoral a Chávez en 2007. Y el mayor desencuentro lo vivimos con lo que para mí fue un costosísimo error histórico: la insospechada negociación de Noruega. Pero pese al desacuerdo, nuestros debates han sido con el respeto y comprensión de quienes reconocen entre sí sus heridas y cicatrices por la lucha. Yo respeto y admiro su devoción por Venezuela, lo que ha vivido no es poca cosa.
Habría que ser un caga leche, un acomodado doño histérico, un colaboracionista o un desquiciado (no soy nada de eso) para no reconocerle a Leopoldo su entrega por el país, pese aciertos y desaciertos.
Pocos como él se han inmolado y sacrificado tanto por la libertad de Venezuela.
Volver a creer
Hace pocos días, volvimos a discutir. Esta vez Leopoldo me escuchó con atención el reclamo de que había que “organizar las bases populares del país” para prepararse para lo que debería ser la rebelión definitiva contra la tiranía. Me respondió de manera tajante pero breve: “No te voy a responder, te pido que nos acompañes a una reunión que tendremos con activistas de diferentes partes del país.” Y ahí estuve, entre miles de venezolanos organizados y desafiantes, preparándose para ser la “vanguardia de la vanguardia de la libertad”. ¡Carajo! El evento –no miento– fue curativo. Volví a creer.
Los que conocemos a Leopoldo sabemos que ante cualquier adversidad, busca y crea una oportunidad. Muchos ejemplos, aquí dos: Lo inhabilitan políticamente y crea un partido político; lo encarcelan y torturan y decide tener un hijo, y así un largo etcétera.
Leopoldo López, otra vez, está de vuelta: planifica, organiza y crea una próxima oportunidad. ¿Qué aspira? Según sus propias palabras una sola cosa: la libertad de Venezuela. ¿Lo logrará? ¿Lo lograremos?
Dependerá de ti y de mí, de nosotros: los hijos de Bolívar.