Pocos tan golpeados, incluso, moralmente, como el profesor universitario. Demasiados años de enseñanza, modelando a las nuevas generaciones. Siempre, profundizando en sus conocimientos y buscando la mejor manera de transmitirlos. Y si tuvo en suerte entrar en el escalafón, sus ascensos se explicaban no sólo por la dedicación a una pedagogía cada vez más exigente, sino por los méritos acumulados en sendos trabajos de ascensos y artículos académicos. Y alcanzar el doctorado por una universidad reconocida (no estas tales universidades que venden el título), empeñarse a fondo hasta convertirse en profesor titular, significaba un mayor respiro económico y una jubilación prometedora para seguir – eméritamente – con sus labores académicas. Sin embargo, para hablar de un único detalle, andar entre tres y cinco dólares de ingresos reales, acreedor de bonos y todos los demás derechos que son humanos que les son negados, algo más que laborales, es el contra-milagro que ha logrado este régimen.
Sin embargo, y conozco a muchos, el profesorado universitario no se deja vencer. Empinándose por encima de sus circunstancias inmediatas, bregan en defensa de la autonomía universitaria que es bregar por su propia suerte. En tiempos de pandemia, emplean las redes sociales a fondo y enfrentan toda suerte de adversidades, como ha ocurrido en La Universidad del Zulia (LUZ) que, antes de la cuarentena, hasta terciaron con el aparato policial y judicial de régimen. O Aula Abierta, una expresión de la sociedad civil organizada, planteó un proyecto de Ley Orgánica de Universidades que espera. O es el caso del presidente de la asociación profesoral de la Universidad Simón Bolívar, William Anseume, que no se cansa de mantener la causa universitaria viva y hasta, en una de las últimas sesiones presenciales de la Asamblea Nacional, denunció la intervención de la usurpación en la universidad y celebró el 50º aniversario de su propia fundación con los diputados y no con el entonces “rector” encargado de apellido Holder. O es el caso de la Universidad de Oriente (UDO) que, muy a pesar de la incineración de la biblioteca de Cumaná, algo nunca visto, con todas las limitaciones para la enseñanza virtual, agota sus mejores esfuerzo por mantener viva la llama universitaria.
Admiro al profesor universitario que, con todo, sigue haciendo sus investigaciones, relacionándose con sus discípulos, escribiendo sobre la situación que viven las casas de estudios, porque realmente la viven y dan la batalla en cualquier escenario que se les ofrezca. ¡Bienaventurados los profesores universitarios que son consecuentes con la prédica! ¡Bienaventurados los que se resisten a flaquear y mantienen en pie de lucha tan noble misión! ¡Bienaventurados los que hacen un aporte desprendido a la lucha! Y es que ¡de ellos será el futuro de una universidad libre y autónoma!