Los desafíos de nuestra universidad actual son múltiples y altamente complejos. Los niveles de destrucción a los que se han visto sometidas por más de 15 años las instituciones de estudio superior en Venezuela han sido inclementes. Ahora surge un más reciente ataque que quebranta con hondura sus ya menguadas cimientes: el coronavirus distanciador. Ante todo este panorama, algo queda muy en claro: la fortaleza institucional, espiritual de las universidades.
¿Es una tesitura estructural? Lo es. ¿Es un talante humano? También. ¿Basta con resistir? No. Es asunto existencial. Es asunto existencial situado en los genes, en su concepción. Porque además constituye una proyección de los genes nuestros, no sólo como universitarios sino como país fundado en afortunados ideales. Resistir y transformar para la liberación. Buscar todo tipo de artificio respirador para el mantenimiento, para la pervivencia, sea física o virtual. La universidad se resiste a la doblegación conceptual y material de manera estupenda. Está hecha también para la invención y la reinvención. Sabe de largas temporalidades acabadoras de los otros, no de ella. Escurridiza. Inasible. Se fuga de sus posibles captores quienes la solicitan con la misma hechura terrorista, criminal, de la que están provistos.
Estos ataques prefabricados y los que impone la enfermedad circulante, la universidad los transforma, los acoge, los expele, para permanecer atropellada pero cifrando en sí las esperanzas de su subsistencia que es, a la par, la subsistencia del conglomerado humano que se reconoce en esta geografía que denominamos Venezuela.
Ha soportado el acabamiento presupuestario y físico suyo y de los suyos. Ha aguantado los intentos de intervención y hasta su concreción. Ha sufrido los robos continuos, la diáspora, la disgregación. Ha pasado por la evitación de la renovación de autoridades. Ha resistido el abandono de sus espacios. No del espacio. Porque ha demostrado poder ser, también, más deambulante de lo que siempre ha sido. La universidad va allí con el universitario. Por lo tanto es casi invencible. O invencible. Puede ser, incluso, un reguero inasible de saber esparciéndose.
La universidad está en la voces, en la palabra, en los hechos, en las concretas realizaciones, en la lucha diaria por la subsistencia personal y general de ella y los suyos y de todos. De allí el respeto que se ha ganado, bien merecido, en la sociedad. A pesar de los escándalos, de los pasajeros problemas humanos, elementales, está allí, permanecerá. ¿Luego volveremos a juntarnos para hacer universidad cara a cara? Muy probablemente. Pero no ha dejado de ser. Se posterga una parte de ella. Por un tiempo que puede resultar hasta breve en su devenir. Lo sustancial, lo esencial de ella es inacabable. Sigue imperturbable su búsqueda y difusión del conocimiento; ahora dispersa, aunque interconectada. El país espera mucho de ella. No me queda duda. La universidad no lo dejará solamente en una angustiosa, mortal, espera.