Cuando uno se ve forzado a salir del territorio venezolano, como es el caso que atañe a más de 6 millones de compatriotas que estamos integrando la diáspora, acusamos un inevitable “dolor de patria ausente”. Al poner un pie en tierra extranjera nos asalta un escalofrío, de sólo pensar que comenzará a extinguirse nuestra identidad. Los años que acumulo afuera me han ido enseñando que, afortunadamente, no es así. La angustia estribaba en el temor de que en Venezuela se extraviara la esperanza y la derrumbe la tristeza.
Por eso me levanto a diario con mi cabeza puesta en un costado de Venezuela. Lo hago con optimismo. He aprendido que el sufrimiento se transforma en enseñanza. Y los pensamientos positivos vencen al derrotismo por aquello que decía Gandhi: “el hombre no es más que el producto de sus pensamientos, se convierte en lo que piensa”.
Cuando llegué a Cúcuta, aquella mañanita del 17 de noviembre de 2017, recité en silencio el verso que le dedicó al maestro Rómulo Gallegos, nuestro insigne poeta Andrés Eloy Blanco, en aquella circunstancia tan penosa, en que sería aventado del país que gobernaba por voluntad soberana de los ciudadanos. “Vete caminando de espaldas para que sientas que estás volviendo”. Así lo hice. Y hoy, más bien compruebo que en el exilio es posible universalizar nuestro gentilicio. Confirmamos que somos un pueblo fruto de una “raza bien batida”, que más bien nos estamos reencontrando con nuestros ancestros.
Desde el exilio es posible ver a Venezuela tal cual como es en su verdadera dimensión, la óptica de la distancia nos enfoca en el auténtico, justo y colosal tamaño de nuestro país. Es mucho más grande que nuestras ambiciones personales y un país más inmenso que las dificultades que lo amenazan. Venezuela es más que las parcelas partidistas, es más que los odios y rencores. Vale más que las facturas pendientes por cobrar en medio de una prolongada y perturbadora vindicta.
Desde el exilio se hace indispensable estudiar los problemas económicos, sociales y morales más acuciantes que estremecen a nuestra gente, mientras hurgamos en las posibles fórmulas que deben aplicarse para ayudar a repensar al país desarrollado, con paz y con progreso que aspiramos edificar, desde las ruinas que deja esta narcotiranía.
Desde el exilio se nos hace más potable la lección implícita en las experiencias de otros pueblos y naciones que desde el desastre en que fueron reducidas por guerras, pandemias o accidentes naturales, se elevaron a condiciones para nosotros ejemplarizantes y por lo tanto dignas de tomar en cuenta, para estar listos a la hora de emprender la tarea de la reconstrucción de Venezuela.
Aprender como Singapur, sin tener ni siquiera fuentes de agua dulce, después de haber sido desahuciado por Inglaterra y Malasia, son hoy una referencia mundial de progreso. Ya no se habla de un pedazo de tierra con gente desesperada, sino de “La perla de Asia”. De la miseria pasaron a ser uno de los más pujantes centros financieros del mundo, “el lugar que produce más millonarios y el más costoso para vivir, de acuerdo a un estudio del Economist Intelligence Unit”.
Estando en un seminario sobre Democracia y Desarrollo, realizado en Buenos Aires, patrocinado por la Fundación Libertad, presidida por Gerardo Bongiovanni, quien nos invitó a participar junto al maestro Mario Vargas Llosa, oímos a expertos en economía, resaltar como Singapur se transformó en un Estado autónomo conducido por Lee Kuan Yew, el hombre que asumió el cargo de primer ministro por más de 30 años, siendo el artífice del llamado “milagro económico”. “Singapur se dispuso a facilitar atractivos incentivos a los inversionistas extranjeros para atraerlos al país, abrió el libre flujo de capital y firmó importantes acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, China, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y la Unión Europea”.
Aprender de Noruega, que logró fundar y activar su fondo donde ha colocado ahorros extraordinarios de trillones de dólares que aseguran el futuro de los noruegos, como lo ha destacado, con justificada nostalgia, el ex ministro Miguel Rodríguez.
Aprender de como Vietnam saltó de ser una economía de planificación marxista y un país asediado por la pobreza, a una potencia del sudeste asiático, con un cada día más creciente desarrollo económico, avanzando de 6-7 % interanual, en el transcurso de estos últimos 20 años. En Ginebra tuve la oportunidad de conversar con líderes vietnamitas en el foro organizado por Geneva Summit for Human Rights and Democracy, que gentilmente cubrieron nuestra logística. Allí, escuchando los relatos de ellos confirmé, que más que “un milagro”, lo consolidado en Vietnam es consecuencia del esfuerzo combinado de sus gobernantes y sus ciudadanos.
Aprender de la experiencia alemana, tal cual como lo analizamos con un grupo de venezolanos reunidos en Berlín, gracias a la buena voluntad del embajador Erik Becker, con ocasión de un recorrido que hicimos por Alemania en diciembre de 2017.
Luego de ser honrado con el premio Sàjarov, el Parlamento Europeo organizó y costeó una gira con la presencia de los laureados. Fue así como se hizo posible ese debate entre exiliados venezolanos que intercambiamos impresiones sobre ese “milagro económico alemán”, que hizo factible la veloz recuperación y desarrollo de la economía de Alemania occidental y Austria, una vez concluida la segunda guerra mundial.
Sin duda, más que un milagro, también concluimos-como en la visión vietnamita que esa reconstrucción fue producto de un inmenso esfuerzo de los ciudadanos, de los políticos estadistas, de los sectores empresariales, de sus trabajadores y del apoyo de la comunidad internacional, vía Plan Marshall. Ah, y sin falsos nacionalismos.
Es también lo que pretendemos obtener los venezolanos: auxilio financiero. Mientras renegociamos la deuda, recuperamos los capitales robados y aplicamos en el terreno del país una estrategia monetaria adecuada, un flujo de recursos para levantar las industrias, revaluamos el campo productivo, rehabilitamos la infraestructura, sacamos progresivamente a la gente del atolladero de la pobreza, con programas sociales lejos de la humillación a las personas, creamos las condiciones para captar inversionistas privados que hagan posible reactivar las 13 cuencas petroleras, explotar racionalmente el gas, el acero, hierro, bauxita, carbón, oro, diamantes, y otros tantos minerales en el entendido que no podemos depender de ninguno de esos Comoditas, sino que hay que ensanchar la economía, trabajar con la ciencia y la tecnología, investigar, inventar, emprender y que los ciudadanos disfruten de empleos con calidad, de buenos servicios, plena garantía de sus derechos humanos y se conviertan en emprendedores y ciudadanos-propietarios.
En Alemania, el método seleccionado por Schiller fue el Globalsteuerung, o dirección global, una línea de acción mediante la cual el gobierno no intervendría en el menudeo de la economía. Tal como ha ocurrido, desgraciadamente, en Venezuela. Esas rocambolescas andanzas de un Estado tomando aceites Diana o café Fama de América, arrasando con Lácteos Los Andes, expropiando centrales azucareros, hoteles, emisoras de radio o estaciones de televisión, también fincas productivas para instalar los “gallineros verticales”, mientras liquida empresas de servicios como Agroisleña. Esas pautas disparatadas, además de populistas e intervencionistas, tienen que ser intervenciones definitivamente clausuradas para que se imponga un modelo con una agenda que contemple las coordenadas que fomentarían el crecimiento económico y humano no inflacionario, con unas políticas bien delineadas y comunicadas que se apliquen sin zigzagueo ni intervalos.
La llamada “economía social de mercado” tuvo su origen en la Alemania Occidental de la posguerra y ha sido la receta que desde entonces brilla como política de Estado. En el ojo de aquel huracán, dos acontecimientos representaron las pócimas milagrosas de Alemania: El Plan Marshall y las cartillas liberales asumidas por el ministro Ludwig Erhard, a quien se le atribuye la autoría del fenómeno.
No pretendo sugerir que dichas experiencias sean calcadas para Venezuela, somos realidades diferentes. Pero sin menoscabo de las libertades y la clara empatía con los sagrados derechos humanos, no estaría mal estudiar a fondo estos modelos, porque de seguro algo bueno para Venezuela podemos destilar. Además, haciendo justicia y siendo leal al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, tomar en cuenta ese Gran Viraje que estaba haciendo posible crecer nuestra economía en 10 puntos, incrementar la producción petrolera en más de un millón de barriles, reducir el intervencionismo estatal, iniciar la descentralización y empujar importantes reformas fiscales y monetarias.
@alcaldeledezma