Puedo ser intolerante con tus ideas,
pero no contigo.
Fernando Savater
En la vieja casa familiar caraqueña, el tema del respeto estaba siempre sobre el tapete. Mi abuela y mi madre eran inflexibles, tajantes, recomendando y exigiendo una conducta cortés y respetuosa para con los demás, aún resuenan en mis oídos sus admoniciones y consejos: los mayores se respetan, se tratan de UD, casa ajena es sagrada, pida siempre las cosas por favor, dé las gracias, ceda el paso a las mujeres y a los mayores.
Sin embargo, progresivamente, la sociedad se ha hecho más laxa, descuidada, indiferente, a lo relacionado con el respeto y la cortesía; en el caso de los jóvenes y adolescentes es más notorio, expresiones como: ¿Qué paso brother?, uón, el tuteo inmediato sin distinción de edades, ¡Ese bichito! ¿Entonces menor?, pajuo, y hasta la mas más ofensiva de uso extendido: marico – marica son palmaria evidencia de la influencia del barrio y de las series televisivas extranjeras, las telenovelas, los reality shows, en el habla cotidiana de la juventud venezolana.
Lo más grave es que la sociedad entera se permea y acepta el irrespeto y la descortesía como forma natural de la relación humana: dime gordo, qué quieres mi amor, papa mami o mamita, son expresiones de uso corriente y extendido entre dependientes y cajeros de los establecimientos comerciales.
El estamento político también ha sucumbido a la chabacanería y la irrespeto: escuálidos, gusanos, vende patria, pelucones, cachorros del imperio, pititankys, ¡Gringos váyanse al carajo!, forman parte de la monserga castro – comunista. El 1er Mundo no escapa a esta pandemia de irrespeto: los neo nazis, los supremacistas, los WAPS a ultranza, los podemitas, los movimientos anti – gay, las feministas irracionales, engrosan la lista de irrespeto, intolerancia, descortesía que impera en las relaciones humanas del siglo XXI.
Este fenómeno también puede ser inoculado recientemente conocí a un cubano nieto de español, un manitas que realizó varias reparaciones en casa, resultó ser un verdadero Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El cubano de marras podía ser una persona cordial, cortés, buen conversador, pero de buenas a primeras, si algún tema lo relacionaba con su anti – comunismo virulento se exacerbaba, perdía la compostura, gesticulaba agresivamente, gritaba, insultaba, antes de disparar a quemarropa: ¡Eres un comemierda¡ y salir mandando a sus anfitriones al carajo, antes de dar un soberano portazo,
Siempre argüía que los comunistas cubanos lo habían machacado, razón por la cual justificaba su resentimiento, su odio, su ansia de venganza, su reconcomio, su rechazo a todo lo que sonara progresista o izquierdista a su entender: el papa Francisco, los jesuitas, el cambio climático, la igualdad de género, los gais, Obama el negro de mierda ese que abolió la medida de pies mojados, pies secos, los socialistas y Podemos, en fin, como un MacArthur camagüeyano, andaba en búsqueda permanente de esos comunistas agazapados en las redes sociales, en los bares y cafés, en la calle, en el autobús, para darles muela y advertirlos del incomparable e incomprendido martirio cubano.
Un día, le reclamé su reciente conducta tan vehemente y agresiva, su ausencia de moldes, su desprecio por los que dice apreciar, respondió que él defendía sus principios. Entendí que entre ellos – no se lo habían inculcado, o si lo tenía se lo machacaron -, el relativo al respeto al otro, al prójimo, al distinto, al que no piensa como tú, en fin, a los demás. Se me ocurre parafrasear lo expresado por Sartre en el libro Huracán sobre el azúcar
El falta de respeto aprende a irrespetar, irrespetando al irrespetado.
El irrespetado aprende a irrespetar siendo irrespetando por el falta de respeto.