Cualquier modo de contención de las libertades ciudadanas es un dominio abusivo. Una cosa es guiar, aleccionar, educar, sugerir y muy otra ordenar e imponer, oprimir. Restringir pasos, acceso, circulación, es un abuso flagrante. Como lo es llevarse obligada a cualquier persona a un centro de salud, a un hotel (con la finalidad que sea), o al Poliedro. Y mantenerla secuestrada, así sea para decir curarla. Además, está comprobada la carencia de insumos y de atención en los centros de salud venezolanos. Una muestra fehaciente: el hospital Victorino Santaella, centro asistencial centinela de Los Teques, la capital del estado Miranda. Allí él personal abandonó la atención por no tener implementos seguros y por carecer de insumos para prestar auxilios o algún tipo de cuidado a los pacientes, según los periódicos locales. En Paracotos, también en Guiacaipuro, el único ambulatorio, a la orilla de la Autopista Regional del Centro, no tiene ni gasa. El personal se rebeló y han ido a desinfectar dos veces ese centro, con bulla y parafernalia, con el ruido para que crean que bien saben, sí, hacer, y lo han dotado de implementos (al personal), pero no de insumos, no de material alguno para cuidados, no existe allí ni una ambulancia.
Además: la información es un derecho humano. Nadie dentro ni fuera del país percibe alguna credibilidad en las palabras de los personeros, habitualmente y en todo, inescrupulosos del régimen. Para quienes han hecho de la falacia un modo complementario para permanecer adosados al poder, el uso abusivo de la información (o la desinformación) ocurre reditualmente, diariamente. Tanto que se equivocan públicamente en aspecto tan sensible y esencial. O quien funge de presidente usurpador busca distorsiones en la realidad al compararnos con Brasil o Colombia, países más poblados y sin nuestra diáspora. Pero a quien informa certezas lo persiguen, acosan, apresan y torturan, especialmente a los periodistas y al personal de salud. Así infunden más miedo, lo expanden como voluptuosas olas marinas.
Humillan al hacer sentir culpable al ciudadano por su enfermedad, como si realmente la causa fuera él. Un enfermo hoy en Venezuela es prácticamente un perseguido y acosado político. Así sea resfriado común lo que padezca. Han llegado desde el poder al despropósito de evitar la entrada de conciudadanos, de someterlos y humillarlos en centros de “atención” a pasar trabajo y hambre al llegar, así no estén enfermos; hasta han tenido el tupé de señalar a algunos que buscan trasponer hacia acá la frontera como portadores de armas biológicas. Una criminal aseveración para doblegar y mentir. Con eso transmiten un miedo que se ha venido expandiendo paulatinamente. Es también una rara especie de terrorismo de Estado. Nadie quiere enfermarse no sólo por la terrible enfermedad fatal sino por sus consecuencias políticas y sociales: secuestro, hambre, caída en manos del régimen sin prurito alguno ante nada. ¿Quien quiere eso para sí o los suyos; para cualquier otro? Podría hasta convertirse en una manera “sutil” de desaparición forzada de “enemigos” políticos. ¿Díganme que no lo han pensado?
Por cierto, una idea para quienes desean huir, escamoteados, del poder en Venezuela. De esos cuyas cabezas tienen precio altamente dolarizado. Háganse los muertos. La pandemia es permisiva para eso. Cambien de identidad, de rostro, de cabello y se van a Siberia a vivir sus tiempos últimos con otra identidad, a tomar vodka. Nadie hará que lo sabe. Y puede ser una digna salida a sus imposibilidades actuales. No estoy dispuesto a cobrar la millonada de dólares que EEUU ofrece por ustedes ante esta sugerencia nada original, por cierto. Muchos nazis la usaron provechosamente.