Negociar es parte de la actuación humana y particularmente del hacer político, negarse a negociar con los adversarios es cerrar puertas antes de tiempo y muy probablemente perder oportunidades de beneficio para ambas partes. Porque en política nacional e internacional, cuando se deja de negociar empieza la guerra.
Negociar es un arte para expertos que combina plantear, escuchar, insistir, escuchar de nuevo, hacer alguna concesión que parezca firmeza y establecer alguna firmeza que suene a concesión. Negociar nunca es rápido porque los negociadores aunque lleven posiciones tomadas, siempre tendrán que analizar, consultar, revisar. Las negociaciones a veces fracasan, como le pasó el Primer Ministro británico Neville Chamberlain tras sus largas negociaciones con Hitler, su error fue creer en la palabra de un asesino que sólo pensaba en él y no en su palabra, como no mucho después también pudo comprobar el tirano soviético Stalin.
Pero fracasar en una negociación no significa que nunca más se deba negociar, el error está en parar mientras se negocia. La negociación –diálogo, lo llaman algunos- es un proceso paralelo a la acción misma sobre la cual se conversa, que es mas o menos lo que han estado tratando los noruegos en su ubicación como mediadores con el chavismo gobernante en Venezuela y una oposición que termina siendo, públicamente, una hidra de múltiples cabezas.
Es posible tomar decisiones fuertes tanto como otras débiles pero simbólicas. Y recordar aquél viejo axioma: al enemigo puente de plata, si lo que terminan pidiendo es ese puente, dáselo. Apertrecharse contra los mismos representantes de los negociantes sólo los debilita, al diálogo sólo se va con la ropa limpia, la sucia se lava en casa.
Eso sí, los dialogadores deben ser legítimos representantes de su sector, no extranjeros contratados para servir de correveidile.